Siendo fiel a mi columna anterior que versaba
sobre las historias como elemento de aprendizaje y transmisión
de conocimiento, la de este mes comienza y termina con sendas
historias.
Hace pocas semanas, Rafael Nadal, actual Nº 2 del mundo
dio por terminada su temporada tenística cuando perdió
en semifinales del Masters de Shangai con el Nº 1 Roger
Federer. Acto seguido, se dedicó a analizar sus estadísticas
del año 2006 (que en realidad son sus indicadores de
desempeño y sus resultados de negocio): porcentaje
de servicios, porcentajes de puntos ganados con el 1°
servicio, puntos ganados en la red, errores no forzados con
el drive y el revés, duración de sus partidos
y una larga lista de cifras. Un par de datos llamaron su atención
cuando los comparó con los de Federer. El suizo tiene
el doble de aces por partido que él y su saque tiene
un promedio de velocidad bastante mayor. Su conclusión
fue clara: Se fijó como meta para el año 2007
incrementar un 10% la velocidad de su saque y acercarse lo
más posible a las cifras de aces de Federer. Para ello,
decidió no tomarse vacaciones como la mayoría
de tenistas, y dedicar jornadas exclusivas a entrenar su saque.
Lleva ya varios días intensivos de trabajo a razón
de 500 saques diarios y obviamente a finales de 2007 será
el momento de hacer una evaluación de esta obsesión
por mejorar.
Aunque pueda sonar obvio, para aprender hay que QUERER aprender.
Los que nos dedicamos a la formación creemos erróneamente
que nuestros alumnos quieren aprender lo que les queremos
enseñar. Sin embargo, las personas aprenden lo que
necesitan cuando lo necesitan y no necesariamente lo que nosotros
queremos que aprendan cuando nosotros lo decidimos por ellas.
Esa evidencia tan simple explica gran parte de las frustraciones
relacionadas con los esfuerzos e inversiones en formación
y la escasa rentabilidad y rendimiento que obtenemos de ellos.
El aprendizaje busca modificar conductas (que las personas
sean capaces de hacer cosas que antes no eran capaces de hacer)
y no hay nada más difícil por una poderosa razón:
exige cambiar. Para cambiar hay que aprender y para aprender
hay que cambiar.
La primera gran pregunta es ¿qué tiene que
ocurrir para que alguien quiera aprender?, ¿por qué
querría cambiar comportamientos que le funcionan perfectamente
y le permiten manejarse con tranquilidad en el mundo donde
vive cómodo y seguro?. Existe una clave que nunca es
tenida en cuenta en los procesos de construcción de
conocimiento; La persona se tiene que dar cuenta que necesita
aprender y esto ocurre sólo de una manera: cuando su
estrategia o forma de hacer las cosas no le da los resultados
que espera o necesita, y por tanto ya no le sirve. Es lo que
le pasa a Nadal. ¿Y cuándo sucede esto? Una
palabra tabú lo resume a la perfección:
El error. Equivocarse es el elemento fundamental del
aprendizaje y la única fuerza capaz de provocar un
cambio de paradigma en las personas. Veamos por qué.
Aprender significa tratar de explicarse el mundo que nos
rodea. Si preguntamos a dos personas su opinión acerca
del conflicto Palestino - Israelí o cuál es
su película favorita, sus respuestas serán muy
diferentes. Los seres humanos somos una colección de
expectativas y tenemos modelos mentales y paradigmas muy arraigados
sobre cómo funciona el mundo que son la base de nuestro
comportamiento. Esos modelos nos ayudan a tratar de entender
lo que hacen las personas, por qué lo hacen, qué
objetivos tienen, qué harán en el futuro y cómo
se comportarán y, por supuesto, cómo nos comportaremos
nosotros. Pero esos modelos no surgen por generación
espontánea sino que son el fruto de nuestras experiencias,
valores, creencias, conocimientos. En definitiva, son nuestra
carta de navegación, el resultado de nuestra historia
personal. Somos lo que hemos vivido y por tanto lo que hemos
aprendido.
Al mismo tiempo, las personas tenemos objetivos que nos mueven
en la vida y motivaciones para alcanzarlos. Para ello, actuamos
siguiendo planes que nos trazamos guiados precisamente por
nuestros modelos y por la manera que creemos es la mejor para
conseguir dichos objetivos. De nuevo, esos objetivos, intereses,
preferencias, gustos y disgustos provienen de nuestros paradigmas
y mayoritariamente, actuamos y decidimos inconscientemente
guiados por ellos.
Si alguien te dice lo que debes hacer (por ejemplo, deja
de fumar) o cómo funcionan las cosas (por ejemplo,
el procedimiento para cerrar una venta con un cliente en un
curso de ventas), esa información no penetra, no se
graba, no produce alteraciones cerebrales, no se recuerda.
El momento mágico, el instante más importante
de todo el proceso, que es cuando se produce la oportunidad
de aprender, sólo desencadena cuando pones tus paradigmas
en práctica confiado en que todo saldrá bien
y sin embargo fallan tus expectativas, te encuentras con resultados
no deseados, consecuencias inesperadas, dolorosas, negativas
o erróneas y experimentas el fracaso. En ese instante
y de forma automática, reflexionas para entender qué
debía haber pasado, que pasó y cómo te
explicas tu error (reflexión en base a experiencias
previas) y quien te puede ayudar a entenderlo (el experto)
y cómo modificas tus creencias para que la siguiente
vez los resultados sean satisfactorios y no te sorprenda.
Es decir, aprendes. Mientras no ocurra nada de esto, no consideras
que haya nada que modificar y simplemente no aprendes.
El aprendizaje es un medio y no un fin, es la herramienta
que te permite alcanzar el estado deseado. Mis hijos de 1
y 3 años aprenden muy rápido porque no tienen
miedo de equivocarse, y yo como padre asumo que forma parte
inseparable de su proceso de aprendizaje. Pero si matamos
ese instinto, castigamos el error y creamos entornos de temor,
los niños crecen con miedo y cuando sean adultos jamás
se atreverán a ser creativos, a innovar. En el colegio
y en la empresa, cometer un error es lo peor que puede ocurrir
y cuando se produce, se hacen denodados esfuerzos por ocultarlo.
Si tienes miedo, no querrás cambiar y pierdes la oportunidad
de aprender.
Hace escasos días, un compañero me avisaba
que la empresa proveedora de los nuevos aparatos telefónicos
que nos están instalando en la empresa, iba a impartir
una serie de cursos con el fin de enseñarnos a manejar
tan sofisticados equipos. La idea no me entusiasmó
en absoluto porque el tiempo es un bien muy escaso, pero como
una de las actividades se celebraba en la planta donde trabajo,
me hice un hueco para asistir. La agradable joven que impartía
la formación habló extensamente sobre las características
del nuevo modelo, sus funcionalidades y cómo había
que ejecutar las distintas operaciones (rellamada, desvío,
recuperar mensajes, dejar en stand by, etc.). Confieso que
no pude aguantar ni siquiera 10 minutos. Al día siguiente,
cuando fui a devolver una llamada urgente a un cliente, me
di cuenta de que ya me habían colocado el nuevo teléfono
y no era capaz utilizarlo.
Aprender exige perder cosas, olvidar; por eso cuesta tanto,
porque en realidad significa renunciar. Darte cuenta de que
no sabes es información muy útil para aprender
(aunque reconocer públicamente tu ignorancia es algo
muy mal visto). El mecanismo clave para lograrlo es desestabilizar
al alumno (provocarle un conflicto/quiebre/error/fracaso de
expectativas - predicciones). En general, las experiencias
de aprendizaje de cualquier tipo no suelen empezar por aquí.
Yo estuve dispuesto a aprender a usar el nuevo teléfono
cuando traté de hacer una llamada (y fracasé)
pero no cuando se impartió el curso.
Nadie mide las consecuencias de la mala formación
ni dimensiona el despilfarro de tiempo, dinero, expectativas
y confianza de que realmente sirva para algo. La formación
es tan aburrida que los alumnos, al igual que ante una mala
película, hacen zapping al profesor porque les resulta
imposible mantener la atención. Analice, en los cursos
que imparte, cuántas oportunidades tienen los alumnos
de equivocarse y recuperarse de ese error para aprender.
Cada vez que vaya a diseñar o impartir un curso, pregúntese
si es lo que los participantes necesitan para hacer mejor
su trabajo, si les será útil e inmediatamente
aplicable y en definitiva si van a querer aprender lo que
les va a tratar de enseñar. Si la formación
busca que las personas hagan cosas (cambiar comportamientos)
primero hay que saber qué quiero que hagan (a partir
de lo que hoy NO hacen bien) en lugar de preocuparme de lo
que quiero que sepan. Nadal tiene claro lo que quiere mejorar
con su saque y yo también para llamar por teléfono.
No puede enseñar nada a nadie que ellos no quieran
aprender, por eso es tan importante preocuparse de que quieran.
Y pregúntese, sobre todo, cuántos errores quiere
que cometan sus alumnos y cómo los va a provocar. Si
tiene dudas, no pierda dinero ni tiempo y no se lo haga perder
a ellos.
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Certain metaphors dominate our society and our way of looking
at the world. Lakoff has pointed out that seeing thinking
as giving birth or seeing competition as war cause us to use
language and then to actually believe that certain ways of
seeing the world are the right way to see them.
Competition really is war. We need to "kill" our
opponent in the match. Sometimes these metaphors are helpful.
Seeing time as money may help us "budget" our time
better. But sometimes they are disastrous.
One such disastrous metaphor has dominated thinking about
learning for a very long time. We need to get over it if we
ever wish to see schooling become in any way relevant in the
"knowledge society." I am talking about the metaphor
of knowledge as akin to something to be found in a library.
Libraries have been around for a long time. For generations,
knowledge was contained in libraries, or so it seemed. But,
in fact, this was never true. It didn't matter much, until
recently.
Concomitant with the idea that knowledge is contained in
libraries is the idea that knowledge is found through search.
In the old days, when people actually went to libraries, there
were card catalogues, which were created with arcane notions
such as the Dewey Decimal System that helped searchers find
books that had been properly catalogued. But we don't need
that stuff anymore, because we have Google. Search has gotten
easier, but real knowledge hasn't changed.
The problem is that both the library metaphor, and the search
metaphor have misled us in serious ways. The consequences
of that will take a moment to explain.
When everyone agreed that libraries contained all that mankind
knew, educational systems evolved in such a way that mastery
of what other people had written passed for education and
hence erudition. Thus we have the Great Books and the original
conception of universities as places to read what great thinkers
had written. The concept of testing to see if one had learned
what these greats had written follows from this of course.
Given that information retained from books can be measured,
as can the sheer number of books read, school became a kind
of competition to see who had retained the most. The winners
go to Harvard.
Behind all this is the idea of the mind as a kind of library.
Libraries are where knowledge is stored, so the mind must
be a particular kind of library and education must be about
filling the library.
In reality the mind is no kind of library at all. We lose
"books" we have filed away, we mush together similar
"books," and, worst of all, we really don't consider
it our job at all to know what we know. The job of the mind
is to deal with what is going on at the moment. The mind is
goal-driven not knowledge driven. Knowledge is useful to the
extent that it helps us accomplish goals. In fact, any child
knows this. But the school system does not. So when it finds
a body of knowledge it likes, (like algebra) it requires that
those books get stuffed in the library and checked out from
time to time. The students ask: Why do I need this? When will
I use it? What goal will it help me accomplish? Since the
actual answer to those questions are you don't, never, and
none, the system refuses to answer the question and instead
says things it can in no way prove like it will train your
mind. We are stuck in a bad metaphor. One that thinks knowing
the works of Dickens is what knowledge is, when in actuality
knowing what to do in a given situation is what knowledge
is. Procedures matter. The more processes you know (that is
the more you can execute) the more you can do.
School is not about doing, despite scholars from Plato to
Dewey saying it should be, because of the library metaphor.
Doing is hard. It is hard to do and it is hard to teach. But
if knowledge is about storage then school becomes easier to
manage. If the best students are those who store and search
well, then we can figure out who goes to Harvard. But if knowledge
is the service of the achievement of daily human goals, then
knowledge might be something hard to explicitly state and
to measure.
We have got to get rid of the library metaphor or school
will always be the same: an experience to be endured rather
than relished.
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