EDICIÓN N° 9 / DICIEMBRE 2006
 
 
Ponemos la metodología, experiencia y planteamientos de clase mundial
del Dr. Roger Schank, fundador de Socratic Arts, a disposición de las
organizaciones latinoamericanas.
 

RAFAEL NADAL Y YO QUEREMOS APRENDER
Javier Martínez Aldanondo,
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl

 

Siendo fiel a mi columna anterior que versaba sobre las historias como elemento de aprendizaje y transmisión de conocimiento, la de este mes comienza y termina con sendas historias.

Hace pocas semanas, Rafael Nadal, actual Nº 2 del mundo dio por terminada su temporada tenística cuando perdió en semifinales del Masters de Shangai con el Nº 1 Roger Federer. Acto seguido, se dedicó a analizar sus estadísticas del año 2006 (que en realidad son sus indicadores de desempeño y sus resultados de negocio): porcentaje de servicios, porcentajes de puntos ganados con el 1° servicio, puntos ganados en la red, errores no forzados con el drive y el revés, duración de sus partidos y una larga lista de cifras. Un par de datos llamaron su atención cuando los comparó con los de Federer. El suizo tiene el doble de aces por partido que él y su saque tiene un promedio de velocidad bastante mayor. Su conclusión fue clara: Se fijó como meta para el año 2007 incrementar un 10% la velocidad de su saque y acercarse lo más posible a las cifras de aces de Federer. Para ello, decidió no tomarse vacaciones como la mayoría de tenistas, y dedicar jornadas exclusivas a entrenar su saque. Lleva ya varios días intensivos de trabajo a razón de 500 saques diarios y obviamente a finales de 2007 será el momento de hacer una evaluación de esta obsesión por mejorar.

Aunque pueda sonar obvio, para aprender hay que QUERER aprender. Los que nos dedicamos a la formación creemos erróneamente que nuestros alumnos quieren aprender lo que les queremos enseñar. Sin embargo, las personas aprenden lo que necesitan cuando lo necesitan y no necesariamente lo que nosotros queremos que aprendan cuando nosotros lo decidimos por ellas. Esa evidencia tan simple explica gran parte de las frustraciones relacionadas con los esfuerzos e inversiones en formación y la escasa rentabilidad y rendimiento que obtenemos de ellos.

El aprendizaje busca modificar conductas (que las personas sean capaces de hacer cosas que antes no eran capaces de hacer) y no hay nada más difícil por una poderosa razón: exige cambiar. Para cambiar hay que aprender y para aprender hay que cambiar.

La primera gran pregunta es ¿qué tiene que ocurrir para que alguien quiera aprender?, ¿por qué querría cambiar comportamientos que le funcionan perfectamente y le permiten manejarse con tranquilidad en el mundo donde vive cómodo y seguro?. Existe una clave que nunca es tenida en cuenta en los procesos de construcción de conocimiento; La persona se tiene que dar cuenta que necesita aprender y esto ocurre sólo de una manera: cuando su estrategia o forma de hacer las cosas no le da los resultados que espera o necesita, y por tanto ya no le sirve. Es lo que le pasa a Nadal. ¿Y cuándo sucede esto? Una palabra tabú lo resume a la perfección:
El error. Equivocarse es el elemento fundamental del aprendizaje y la única fuerza capaz de provocar un cambio de paradigma en las personas. Veamos por qué.

Aprender significa tratar de explicarse el mundo que nos rodea. Si preguntamos a dos personas su opinión acerca del conflicto Palestino - Israelí o cuál es su película favorita, sus respuestas serán muy diferentes. Los seres humanos somos una colección de expectativas y tenemos modelos mentales y paradigmas muy arraigados sobre cómo funciona el mundo que son la base de nuestro comportamiento. Esos modelos nos ayudan a tratar de entender lo que hacen las personas, por qué lo hacen, qué objetivos tienen, qué harán en el futuro y cómo se comportarán y, por supuesto, cómo nos comportaremos nosotros. Pero esos modelos no surgen por generación espontánea sino que son el fruto de nuestras experiencias, valores, creencias, conocimientos. En definitiva, son nuestra carta de navegación, el resultado de nuestra historia personal. Somos lo que hemos vivido y por tanto lo que hemos aprendido.

Al mismo tiempo, las personas tenemos objetivos que nos mueven en la vida y motivaciones para alcanzarlos. Para ello, actuamos siguiendo planes que nos trazamos guiados precisamente por nuestros modelos y por la manera que creemos es la mejor para conseguir dichos objetivos. De nuevo, esos objetivos, intereses, preferencias, gustos y disgustos provienen de nuestros paradigmas y mayoritariamente, actuamos y decidimos inconscientemente guiados por ellos.

Si alguien te dice lo que debes hacer (por ejemplo, deja de fumar) o cómo funcionan las cosas (por ejemplo, el procedimiento para cerrar una venta con un cliente en un curso de ventas), esa información no penetra, no se graba, no produce alteraciones cerebrales, no se recuerda. El momento mágico, el instante más importante de todo el proceso, que es cuando se produce la oportunidad de aprender, sólo desencadena cuando pones tus paradigmas en práctica confiado en que todo saldrá bien y sin embargo fallan tus expectativas, te encuentras con resultados no deseados, consecuencias inesperadas, dolorosas, negativas o erróneas y experimentas el fracaso. En ese instante y de forma automática, reflexionas para entender qué debía haber pasado, que pasó y cómo te explicas tu error (reflexión en base a experiencias previas) y quien te puede ayudar a entenderlo (el experto) y cómo modificas tus creencias para que la siguiente vez los resultados sean satisfactorios y no te sorprenda. Es decir, aprendes. Mientras no ocurra nada de esto, no consideras que haya nada que modificar y simplemente no aprendes.

El aprendizaje es un medio y no un fin, es la herramienta que te permite alcanzar el estado deseado. Mis hijos de 1 y 3 años aprenden muy rápido porque no tienen miedo de equivocarse, y yo como padre asumo que forma parte inseparable de su proceso de aprendizaje. Pero si matamos ese instinto, castigamos el error y creamos entornos de temor, los niños crecen con miedo y cuando sean adultos jamás se atreverán a ser creativos, a innovar. En el colegio y en la empresa, cometer un error es lo peor que puede ocurrir y cuando se produce, se hacen denodados esfuerzos por ocultarlo. Si tienes miedo, no querrás cambiar y pierdes la oportunidad de aprender.

Hace escasos días, un compañero me avisaba que la empresa proveedora de los nuevos aparatos telefónicos que nos están instalando en la empresa, iba a impartir una serie de cursos con el fin de enseñarnos a manejar tan sofisticados equipos. La idea no me entusiasmó en absoluto porque el tiempo es un bien muy escaso, pero como una de las actividades se celebraba en la planta donde trabajo, me hice un hueco para asistir. La agradable joven que impartía la formación habló extensamente sobre las características del nuevo modelo, sus funcionalidades y cómo había que ejecutar las distintas operaciones (rellamada, desvío, recuperar mensajes, dejar en stand by, etc.). Confieso que no pude aguantar ni siquiera 10 minutos. Al día siguiente, cuando fui a devolver una llamada urgente a un cliente, me di cuenta de que ya me habían colocado el nuevo teléfono y no era capaz utilizarlo.

Aprender exige perder cosas, olvidar; por eso cuesta tanto, porque en realidad significa renunciar. Darte cuenta de que no sabes es información muy útil para aprender (aunque reconocer públicamente tu ignorancia es algo muy mal visto). El mecanismo clave para lograrlo es desestabilizar al alumno (provocarle un conflicto/quiebre/error/fracaso de expectativas - predicciones). En general, las experiencias de aprendizaje de cualquier tipo no suelen empezar por aquí. Yo estuve dispuesto a aprender a usar el nuevo teléfono cuando traté de hacer una llamada (y fracasé) pero no cuando se impartió el curso.

Nadie mide las consecuencias de la mala formación ni dimensiona el despilfarro de tiempo, dinero, expectativas y confianza de que realmente sirva para algo. La formación es tan aburrida que los alumnos, al igual que ante una mala película, hacen zapping al profesor porque les resulta imposible mantener la atención. Analice, en los cursos que imparte, cuántas oportunidades tienen los alumnos de equivocarse y recuperarse de ese error para aprender.

Cada vez que vaya a diseñar o impartir un curso, pregúntese si es lo que los participantes necesitan para hacer mejor su trabajo, si les será útil e inmediatamente aplicable y en definitiva si van a querer aprender lo que les va a tratar de enseñar. Si la formación busca que las personas hagan cosas (cambiar comportamientos) primero hay que saber qué quiero que hagan (a partir de lo que hoy NO hacen bien) en lugar de preocuparme de lo que quiero que sepan. Nadal tiene claro lo que quiere mejorar con su saque y yo también para llamar por teléfono. No puede enseñar nada a nadie que ellos no quieran aprender, por eso es tan importante preocuparse de que quieran. Y pregúntese, sobre todo, cuántos errores quiere que cometan sus alumnos y cómo los va a provocar. Si tiene dudas, no pierda dinero ni tiempo y no se lo haga perder a ellos.

 
 

THE LIBRARY METAPHOR
Roger Schank, CEO Socratic Arts
roger@socraticarts.com

 

Certain metaphors dominate our society and our way of looking at the world. Lakoff has pointed out that seeing thinking as giving birth or seeing competition as war cause us to use language and then to actually believe that certain ways of seeing the world are the right way to see them.

Competition really is war. We need to "kill" our opponent in the match. Sometimes these metaphors are helpful. Seeing time as money may help us "budget" our time better. But sometimes they are disastrous.

One such disastrous metaphor has dominated thinking about learning for a very long time. We need to get over it if we ever wish to see schooling become in any way relevant in the "knowledge society." I am talking about the metaphor of knowledge as akin to something to be found in a library.

Libraries have been around for a long time. For generations, knowledge was contained in libraries, or so it seemed. But, in fact, this was never true. It didn't matter much, until recently.

Concomitant with the idea that knowledge is contained in libraries is the idea that knowledge is found through search. In the old days, when people actually went to libraries, there were card catalogues, which were created with arcane notions such as the Dewey Decimal System that helped searchers find books that had been properly catalogued. But we don't need that stuff anymore, because we have Google. Search has gotten easier, but real knowledge hasn't changed.

The problem is that both the library metaphor, and the search metaphor have misled us in serious ways. The consequences of that will take a moment to explain.

When everyone agreed that libraries contained all that mankind knew, educational systems evolved in such a way that mastery of what other people had written passed for education and hence erudition. Thus we have the Great Books and the original conception of universities as places to read what great thinkers had written. The concept of testing to see if one had learned what these greats had written follows from this of course. Given that information retained from books can be measured, as can the sheer number of books read, school became a kind of competition to see who had retained the most. The winners go to Harvard.

Behind all this is the idea of the mind as a kind of library. Libraries are where knowledge is stored, so the mind must be a particular kind of library and education must be about filling the library.

In reality the mind is no kind of library at all. We lose "books" we have filed away, we mush together similar "books," and, worst of all, we really don't consider it our job at all to know what we know. The job of the mind is to deal with what is going on at the moment. The mind is goal-driven not knowledge driven. Knowledge is useful to the extent that it helps us accomplish goals. In fact, any child knows this. But the school system does not. So when it finds a body of knowledge it likes, (like algebra) it requires that those books get stuffed in the library and checked out from time to time. The students ask: Why do I need this? When will I use it? What goal will it help me accomplish? Since the actual answer to those questions are you don't, never, and none, the system refuses to answer the question and instead says things it can in no way prove like it will train your mind. We are stuck in a bad metaphor. One that thinks knowing the works of Dickens is what knowledge is, when in actuality knowing what to do in a given situation is what knowledge is. Procedures matter. The more processes you know (that is the more you can execute) the more you can do.

School is not about doing, despite scholars from Plato to Dewey saying it should be, because of the library metaphor. Doing is hard. It is hard to do and it is hard to teach. But if knowledge is about storage then school becomes easier to manage. If the best students are those who store and search well, then we can figure out who goes to Harvard. But if knowledge is the service of the achievement of daily human goals, then knowledge might be something hard to explicitly state and to measure.

We have got to get rid of the library metaphor or school will always be the same: an experience to be endured rather than relished.

 
 
 

Catenaria - Gestión del Conocimiento
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