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¿Por qué no nos podemos equivocar con la educación?
Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar
 

 

Esta es una columna corta porque la respuesta a la pregunta que le da título es muy simple. En breve, el principal competidor con quien van a luchar nuestros jóvenes para obtener un empleo no van a ser otros compañeros sino un computador. Uno de los objetivos de la educación es entregarte los conocimientos que te permitan el acceso a un puesto de trabajo digno. Si no transformamos la educación, pronto tendremos millones de titulados armados con toneladas de información que cualquier máquina manejará con mucha mayor rapidez y precisión. Ya los robots son capaces no solo de ensamblar un coche, sino de conducirlo, escribir informes e incluso tweets, atender personas, desarrollar videojuegos, componer música, pintar cuadros, o jugar al ajedrez. Si seguimos obsesionados con mejorar el mismo modelo obsoleto (las mismas asignaturas, las notas, el lucro, la selección…) perderemos la guerra contra las máquinas, y lo que es peor, desperdiciaremos la inmensa capacidad de nuestro cerebro. A medida que el software se va sofisticando, incluso aquellos que se sienten protegidos por un título universitario serán pronto sus víctimas como indica Nicolas Carr en el libro Atrapados, cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas. Hay quien comienza ya a especular con la posibilidad de que algún día, tu jefe sea un robot.

Necesitamos entender urgentemente el fenómeno de la automatización si no queremos fracasar con respecto al futuro que aguarda a nuestros hijos. Existen estadísticas que apuntan a que el 50% de los empleos de EEUU corren el riesgo de ser automatizados en los próximos 20 años. Se calcula que en las organizaciones, entre el 65% y 95% del tiempo de trabajo se dedica a resolver tareas repetitivas, rutinarias y monótonas que terminarán siendo realizadas por robots o plataformas con inteligencia artificial. Sabemos que la tecnología está destruyendo empleo ya que las tareas que hacen las personas son cada vez más fáciles de sustituir por máquinas. Nada nuevo: la mayoría de las ocupaciones que existían en la antigüedad han desaparecido sobre todo por causa de la tecnología. El ser humano lleva toda su existencia en una carrera imparable por tratar que las máquinas hagan el trabajo sucio que las personas no queremos hacer. En primera instancia, automatizamos las tareas que requerían gran esfuerzo físico, posteriormente las que resultaban peligrosas y finalmente aquellas que las personas simplemente no podíamos hacer. Pero a medida que la tecnología progresó, las máquinas comenzaron a invadir más espacios hasta el punto de que hoy son capaces de ejecutar actividades que siempre han estado asociadas con la inteligencia y por tanto reservadas exclusivamente a los humanos llegando a superar a los mejores expertos mundiales. Días atrás un especialista reconocía que Magnus Carlsen, actual campeón del mundo de ajedrez, no tendría absolutamente ninguna posibilidad de vencer a una máquina. Si somos realistas, sabemos que el proceso de automatización no va a hacer otra cosa que intensificarse y acelerarse con los peligros que ello encierra. Y si tu trabajo, si las tareas que realizas son sistematizables en un algoritmo para que una máquina lo haga, entonces estás ante un callejón sin salida porque las maquinas cuentan con algunas ventajas inigualables: no duermen, no comen, no cobran salario ni piden aumento de sueldo ni siquiera se van de vacaciones, no se declaran en huelga ni tampoco desertan para irse a trabajar a la competencia.
¿Y qué respuesta existe para enfrentar este fenómeno automatizador? Son 2 las estrategias que debemos implementar simultáneamente: utilizar el cerebro en las tareas en que es irremplazable y dejar de hacer aquello en que las máquinas nos superan con claridad.

Utilizar el cerebro para lo que es irremplazable: A mediados de octubre tuve ocasión de impartir una conferencia en un seminario de neurociencias y educación. Una de las preguntas que formulé a mis colegas ponentes, mayoritariamente médicos y psiquiatras fue: ¿El cerebro tiene capacidad finita? Todos ellos fueron unánimes en su respuesta afirmativa. Si el cerebro, como todo dispositivo físico tiene límites, entonces, tenemos que ser muy precisos a la hora de decidir cómo utilizamos esa capacidad: qué tipo de trabajo le doy a mi mente, qué tareas le encargo y en cuáles no merece la pena que pierda tiempo y energía. Por ejemplo, almacenar información que con el tiempo se olvida o pedirle que me recuerde cada una de las tareas que tengo pendientes, son actividades de escaso valor. Es mucho más inteligente no ocupar espacio, atención ni esfuerzo en memorizar datos o trasladar la responsabilidad de recordarme esas tareas a un sistema externo que me avise y reservar la valiosa capacidad cerebral para funciones que de verdad hacen la diferencia. ¿Para qué tiene sentido entonces usar el cerebro? Los retos que nos plantea el mundo actual son además de globales (cada vez afectan a más gente), demasiado complejos para ser abordados por ningún individuo, equipo aislado e incluso país. Dado que desconocemos como resolver esos problemas, sistemáticamente se van agravando. La única forma de abordar el futuro es aprendiendo acerca de lo que todavía no sabemos en lugar de insistir en aplicar las recetas conocidas. Y las capacidades que necesitamos desarrollar para ello vienen con nosotros desde que nacemos pero son sistemáticamente marginadas por el sistema educativo: imaginar, pensar y crear, algo que la máquina más potente está todavía muy lejos de conseguir.
Y sabiendo esto hace tiempo, ¿cómo estamos educando el cerebro de los niños? Durante el largo periodo que dura el proceso educativo, entrenamos y convencemos a los niños de que las principales funciones del cerebro consisten en almacenar la información que escuchan o leen, recordarla y repetirla en un examen (lo que hacen con poca fortuna). Todo el esfuerzo del sistema educativo está orientado a que el cerebro haga un trabajo titánico de memorización y almacenamiento de información descontextualizada. Se trata de labores que menosprecian la capacidad de nuestro cerebro. Este empeño memorístico fracasa continuamente por una simple razón: cuando tú no pides la información y por tanto esta te llega sin que la hayas solicitado, no la retienes y muchas veces tampoco la entiendes. Lo que no te interesa lo memorizas, mientras que lo que te interesa lo quieres entender. El colegio y la universidad son un bombardeo permanente de información que no te importa y te llega sin que te hayas hecho ninguna pregunta. Por esa razón olvidamos casi todo lo que nos “enseñaron” en un aula. Contar con información no equivale a saber usarla. Tu trabajo te exigirá hacer y no solo saber. El proceso educativo debe ser diseñado para aprender a hacer y ese es un problema totalmente distinto a la ceguera de la pedagogía actual de memorizar y evaluar lo que sabes. Artículos como “Lo aprendí en Youtube” son una falacia. No importa que veas 1000 veces un video sobre como cocinar un plato o tocar una canción difícil, no aprendes nada hasta que lo practicas una y otra vez durante un largo periodo tiempo.

¿Y qué hacemos para lograr que nuestros hijos aprendan a imaginar, a pensar y a crear? Me centraré en un solo aspecto: El cambio fundamental consiste en que nuestros niños pasen de responder preguntas que no les interesan a ser capaces de hacer preguntas originales. Preguntas que cuestionen por qué las cosas son como son y no pueden ser otra forma. Preguntas que propongan hipótesis cuanto más absurdas y descabelladas mejor. Preguntas que les ayuden a entender porque sus hipótesis no resultaron correctas y qué nuevos caminos merece la pena explorar. Nada de esto resulta difícil porque los niños pequeños no solo son máquinas de preguntar sino que desean que se les pregunte a toda costa. Misteriosamente, pocos años después, ni preguntan ni quieren ser preguntados. Al contrario de lo que creemos, pensar no es dar una buena respuesta sino hacer buenas preguntas. No hay nada peor que responder correctamente la pregunta equivocada. Claro que para generar no solo más preguntas sino preguntas que nunca se han hecho antes, es imprescindible que el asunto en cuestión te atraiga, es esencial la motivación. Y a nuestros niños y jóvenes, el colegio y la universidad rara vez les apasiona. La única manera de volverte un experto en algo es dedicando miles y miles de horas. Y la única manera de dedicar miles de horas a algo y que ese esfuerzo no te desanime es que ese algo te entusiasme. Lo lógico entonces es que la educación sea el camino parta encontrar aquello que te apasione porque a partir de ahí, convertirte en un especialista, no te costará tanto trabajo. El colegio necesita graduar alumnos curiosos preparados para innovar y no listos para ir la universidad.

Dejar de hacer aquello en que las máquinas nos superan: El sistema educativo se centra en enseñar justo aquello que las maquinas son capaces de resolver muchísimo mejor que las personas: son incomparablemente más rápidas que nosotros a la hora de hacer cálculos, tienen capacidad casi ilimitada para almacenar información en todo tipo de formatos, actualizan sus contenidos de manera constante…  Nuestro cerebro no puede competir con los computadores en esas tareas de almacenar y tratar de recordar que nos tienen obsesionados por varias razones:

  • Nuestro cerebro olvida lo que guarda ya que la memoria humana es frágil, inexacta y en ocasiones traicionera. ¿O es que acaso eres capaz de recordar lo que es una célula eucariota o el adenosin trifosfato que en su momento estudiaste y aprobaste?
  • Nuestro cerebro es más lento a la hora de buscar y recuperar la información de que dispone y tiene menor capacidad de almacenamiento que una máquina
  • Nuestro cerebro nos entrega la información que encuentra (cuando la encuentra) en un formato más “pobre” que el que te va a entregar un computador que incluye todo tipo de recursos multimedia, aporta una oferta inigualable de expertos que contribuyen con su know how, ofrece links que  permiten profundizar casi hasta el infinito…

Una máquina es capaz de hacer una mejor PSU, prueba PISA, SIMCE o examen de selectividad que cualquier joven. Tratar de competir con las máquinas en esos dominios no tienen ningún sentido, tenemos todas las de perder. Afortunadamente, de este panorama tan sombrío emerge una interesante oportunidad ya que la única forma de enfrentarlo es preparando a las personas con aquellas competencias con que, por ahora, las maquinas no pueden contar. Y la única forma de resolverlo es cambiando la educación para garantizar el aprendizaje de esas competencias a las que nos hemos referido innumerables veces y que caracterizan a los profesionales que se requieren y se van a requerir de aquí en adelante: la imaginación, la creatividad, el emprendimiento, la capacidad de resolver problemas y relacionarse y trabajar colaborativamente. La drástica decisión que el sistema educativo debe tomar es ineludible y la apuntamos recientemente al hablar sobre qué enseñar y cómo hacerlo: no podemos seguir enseñando las asignaturas que tercamente siguen formando parte de los curriculums actuales. Y no tanto porque se trate de materias que los jóvenes rápidamente olvidarán y que como adultos rara vez necesitan a lo largo de su carrera laboral. Sino que no tiene sentido insistir en estresar a nuestros niños para que aprendan contenidos en que las máquinas ya se volvieron invencibles. Por fortuna, cada vez hay más propuestas y voces críticas. Necesitamos educar para mirar hacia el futuro y no hacia el pasado porque para operar lo conocido ya tenemos las maquinas. Por eso, cuanta más información tenemos (big data) más importante es desarrollar habilidades de pensamiento crítico y creativo.

EL martes 2 de diciembre estaremos Antofagasta en el Congreso Percade que organiza La Araucana participando en el panel “Construyendo empresas con sentido”.


 
 
 

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