Días antes de la entrega de los premios
Oscar, fui a ver la posteriormente galardonada película
El Laberinto del Fauno con mi mujer y con mis padres
que estaban de visita en Chile. Según salíamos
por la puerta del cine, la primera frase que pronunció
mi madre fue: "Esta es una película acerca
de la obediencia. Por un lado está la historia del
militar que obedece y hace obedecer las órdenes a sangre
y fuego y por otro la historia de la niña que se deja
guiar por su intuición y su criterio y desobedece lo
que le mandan".
Me pareció sorprendente que aun cuando ni mi mujer
ni yo habíamos siquiera empezado a digerir la película,
mi madre ya había efectuado un análisis tan
veloz y certero. Apuesto que pocas personas habrán
sido capaces de realizar ese ejercicio con tal celeridad y
precisión.
Pensando más tarde sobre esta situación, empecé
a reflexionar hasta que punto soy o no más inteligente
que mis padres.
La civilización avanza a medida que incrementamos
el número de operaciones que podemos llevar a cabo
sin pensar en ellas, es decir las automatizamos y se las trasladamos
a los computadores. Obviamente, generación tras generación,
el mundo progresa de forma continua y parece que cada generación
supera a la anterior. En teoría, aunque vivimos en
un contexto más complejo (tan acelerados que hemos
perdido el ritmo y la conexión con la madre naturaleza),
nosotros hemos tenido acceso a una educación mucho
más extensa y de mejor calidad: Mejores colegios, mejores
medios, acceso a educación superior (mi mujer tiene
2 carreras universitarias y 2 masters a sus espaldas y yo
1 carrera y 2 masters mientras que mi madre jamás fue
a la universidad). Hemos realizado cursos de perfeccionamiento,
formación continua ofrecida por nuestras empresas
Incluso tuvimos mejor alimentación. Pero claramente
nada de eso puede explicar la brillantez con la que razonó
mi madre. Cuando contrato a una persona, nunca le pregunto
qué nota sacó en una asignatura determinada
ni como promedio de la carrera, lo que me interesa es que
me cuente con que empresas y clientes ha trabajado, en que
proyectos ha participado y que me muestre ejemplos de sus
trabajos.
La respuesta está directamente relacionada con lo que
entendemos por ser Inteligente. La tradición siempre
ha considerado inteligentes a las personas con alto coeficiente
intelectual, las que obtenían un brillante expediente
académico y buenas notas, las que son capaces de mostrar
un currículum repleto de títulos y en definitiva
la gente "culta, ilustrada" que es la que ha leído
mucho, la que acumula muchos datos.
Mi definición de inteligencia es muy distinta. Considero
inteligente a una persona cuando es capaz de tomar buenas
decisiones (del latín inter elegire, elegir
entre), e incluso de hacer predicciones a partir de lo que
ya sabe como menciona Jeff Hawkins en su libro On Intelligence.
Pero la característica más importante, el rasgo
que me hace considerar que alguien es verdaderamente inteligente
es la capacidad de aprender rápidamente y hacer buenas
preguntas, es decir, la pasión por aprender de manera
permanente. Siempre se habla de aprender a aprender pero ¿Cómo
se enseña a aprender? ¿Cómo se aprende
a ser inteligente?
Aprender es un asunto muy serio. En realidad, no hay nada
más importante que aprender. Hay cosas que son igual
de importantes pero no más y que son las que nadie
puede hacer por ti ni te pueden obligar: si no comes, no bebes
o no duermes te mueres pero si no aprendes, también
te mueres.
Todos los días gestionamos el conocimiento para las
actividades que realizamos pero en definitiva todo lo hemos
tenido que aprender: desde agarrar un vaso, comer un yogur,
caminar, hablar, atarnos los zapatos, llegar a la oficina,
diseñar cursos o escribir artículos. Lo que
hoy somos cada uno de nosotros, nuestras competencias, nuestras
cualidades son fruto de lo que hemos aprendido a lo largo
de nuestra vida, ni más ni menos. Cada uno puede reflexionar
sobre cuanto de eso ocurrió en un aula o asistiendo
a un curso
La realidad es que para aprender no hacen falta cursos, al
igual que para hacer un curso no necesito contenidos. Para
diseñar un curso de ventas, lo que necesito es un buen
vendedor, un buen experto, los contenidos están por
todas partes.
Mi hijo Iñigo aprendió a hablar sin un profesor
que le impartiese lecciones y yo aprendí a ser padre
o ser Gerente de Gestión del Conocimiento también
sin realizar ningún curso. Mi hijo Pablo, de 1 año
y medio, no sabe partir la carne con cuchillo y tenedor mientras
yo si sé hacerlo. La única diferencia es que
yo lo aprendí hace ya muchos años y desde entonces
lo he practicado y repetido miles de veces. Yo tengo conocimiento,
Pablo lo tendrá dentro de muy poco, sólo necesita
aprender. Cuando nacemos, todos desarrollamos la habilidad
de aprender pero posteriormente, la educación formal
empieza de a poco, pero sistemáticamente, a aniquilar
esa habilidad.
Sin ninguna duda, aprender es la habilidad más importante
para vivir y sobrevivir en la sociedad del conocimiento. Respiramos
conocimiento y por esa razón, aprender se va a convertir
en el gran negocio del futuro (si no lo es ya a estas alturas).
Nuestra vida profesional y personal y, en definitiva, nuestro
porvenir depende de cuanto seamos capaces de aprender y cómo
lo hagamos. Aprender es un seguro de vida.
Dado este escenario, la forma en que abordamos esta habilidad
tan crítica es absolutamente esencial. La forma en
que aprendemos y la manera en que tratamos de enseñar
a los demás se convierten en elementos estratégicos
fundamentales y decisivos, son lo que diferencia a la gente
inteligente de la que no lo es. La metodología que
empleemos, el enfoque que apliquemos, los valores en que creamos
tienen consecuencias importantísimas e insospechadas.
Si analizamos cómo estamos abordando ese proceso tan
decisivo como es el de Aprender, llegaremos a una conclusión
aterradora: Creemos que para aprender hay que hacer cursos.
Y sabemos que el ritual de un curso consiste en decidir qué
datos y conceptos queremos transmitir, reunir a un grupo de
gente y colocarle delante a alguien que supuestamente sabe
más que ellos -profesor- a transmitirles esa información
de manera más o menos feliz y preguntarles al final
si tienen dudas. Los alumnos toman apuntes y luego hacen un
examen donde tratamos de verificar si recuerdan lo que escucharon
y finalmente les damos un título (que es el objetivo
por el que los alumnos están haciendo el curso en primer
lugar). Este proceso ha permanecido inalterado durante SIGLOS,
desde antes incluso de los Egipcios. Es como si hoy en día,
todavía comiésemos, bebiésemos o durmiésemos
igual que en el paleolítico. Como le escuché
en cierta ocasión a un amigo "Si dejásemos
en manos de las escuelas enseñarnos a caminar, todavía
estaríamos gateando". En otra columna explicaré
cual es la relación que existe entre la educación
tal y como la conocemos y 2 factores de un peso muy gravitante:
la guerra (hoy los Ejércitos modernos se empiezan a
hacer profesionales) y la religión (la Iglesia Católica
sufre una fuerte crisis de vocaciones).
Desde luego, esta forma de aprender no tiene nada que ver
con la forma en que aprendemos las personas naturalmente y
que desde que somos bebés nos ayuda a sobrevivir y
entender el mundo. Resulta difícil explicar que no
hayamos desterrado un modelo ineficiente y arcaico que impone
la lógica del "Yo sé, Tú no sabes,
Yo te cuento" institucionalizado por el colegio y la
universidad pero sorprendentemente adoptado por empresas e
instituciones, sabiendo además que la mayor parte de
las habilidades y competencias que necesitamos para operar
en el mundo no las adquirimos entre las paredes de un edificio.
Se pueden aprender algunas cosas haciendo cursos, asistiendo
a seminarios y leyendo libros pero lo que verdaderamente cuenta
para desenvolverse en el trabajo, lo importante para la vida
no se puede aprender en un aula, hay que experimentarlo, se
aprende haciéndolo. Parecemos olvidar que el aprendizaje
busca que las personas sepan hacer algo, no sólo saber
acerca de algo. Dos de mis mejores amigos en la universidad
fueron alumnos mediocres (ya venían avisando de ello
desde el colegio). Hoy uno de ellos es el responsable para
Sudamérica de una multinacional española y el
otro es un importante cargo público en el País
Vasco.
El gran objetivo de la educación debiese ser enseñar
a PENSAR por uno mismo y no a acumular información
que se olvida con el tiempo y que cuando se recuerda, no se
sabe bien cómo aplicar. No merece la pena tratar de
competir en ese ámbito con los computadores. El principal
problema de nuestro tiempo es que las personas no están
acostumbradas a pensar, la educación formal las vuelve
perezosas y les cuesta mucho reflexionar, entre otras cosas
porque no saben hacerlo. La reflexión profunda lleva
al aprendizaje profundo mientras que memorizar es la póliza
de seguros contra el pensamiento.
Aprender desde luego es un arte y no una ciencia. Se puede
aprender pero no se puede enseñar. Tratar de medir
el aprendizaje es como intentar medir el amor: sabemos que
ocurre pero no sabemos bien cómo. Muchas de las personas
que reciben este newsletter son expertas en e-learning porque
en algún momento lo aprendieron (no precisamente en
la universidad) y hoy es su profesión, viven de ello.
¿Cómo comparo lo que yo sé con lo que
saben ellos? ¿Y cómo se mide cuanto sé
yo de e-learning? ¿Con un examen? Una nota no dice
más de una persona que su número de pasaporte.¿Importa
realmente cuanto sé de e-learning? ¿O lo que
importa es lo que hago con lo que sé: proyectos, clases,
papers, investigación, innovación, etc.?. El
conocimiento lo determinan los resultados
Aprender es una cuestión de pasión, de amor
propio, de autoestima. Pero aprender cuesta trabajo y esfuerzo.
Aprender es una responsabilidad de la persona, es tu vida
la que está en juego, tú empleabilidad, desarrollo,
felicidad. Sin embargo, cuando miramos a nuestro alrededor
¿A cuánta gente le gusta de verdad lo que hace?
¿Cuánta gente está feliz con su profesión,
con su vida? Si no te gusta tu trabajo, ¿Porque vas
a querer aprender? No es una cuestión de que no exista
pasión, lo que ocurre es que ponemos pasión
en aquello que nos interesa, en aquello que sentimos como
nuestro. Iñigo tiene pasión por los camiones,
las construcciones y los obreros, sería estúpido
que para enseñarle a contar o a leer, yo lo ignorase
e hiciese caso omiso de ese interés y le sentase en
una silla a enseñarle frente un libro o una pizarra.
Se trata de aprender por convicción en lugar de por
obligación ¿Cómo vas a aprender si no
sabes cómo hacerlo, si nunca te enseñaron y
más encima no te gusta lo que haces? ¿Los niños
tienen ilusión por el colegio, por las asignaturas
que deben estudiar? Cuesta mucho aprenderlas pero muy poco
olvidarlas. Yo reconozco que soy un privilegiado, me gusta
demasiado lo que hago, tengo un enorme hambre por aprender
y pongo gran parte de mi energía en ello.
¿A quien le importa el aprendizaje? Al colegio, a
los profesores y a los padres les importan las notas, las
asignaturas. Al niño se le pregunta cómo le
fue no cuanto aprendió. A la empresa le importan los
resultados. Parece que nadie se da cuenta de que los resultados
de las empresas y el éxito de las organizaciones dependen
de lo que hacen las personas que trabajan en ellas. Depende
de su conocimiento (entendido como capacidad de hacer cosas)
y su capacidad de aprender, de lo que hacen hoy y serán
capaces de hacer mañana. Si tienes un equipo de fútbol
y pretendes que tus jugadores ganen partidos (y para ello
es imprescindible que metan goles) primero tienes que preocuparte
de entrenarlos bien.
Mi amigo Paolo me contaba durante Expoelearning la historia
del barquero y el catedrático. Estando de vacaciones
en la costa, un catedrático alquiló una barca
para dar un paseo por el mar. Mientras navegaban placidamente,
el profesor le preguntó al barquero si conocía
la Literatura y a los grandes escritores y poetas. Cuando
este le respondió negativamente, el catedrático
le dijo "Te has perdido el 25% de tu vida". Al cabo
de unos minutos, de nuevo el profesor volvió a la carga
y esta vez le preguntó si sabía de Filosofía,
los grandes filósofos y sus ideas. Cuando de nuevo
la respuesta fue un No, el académico volvió
a comentar "Te has perdido otro 25% de tu vida".
Cuando el profesor insistió una vez más, su
pregunta hizo referencia a la Historia y los historiadores.
De nuevo el barquero negó y el profesor le repitió
que se había perdido otro 25% de su vida. En ese instante
se desató un fuerte temporal con vientos huracanados
y olas descomunales. Esta vez fue el barquero el que lanzó
la pregunta "¿Profesor, sabe usted nadar?"
a lo que el profesor respondió con una negación.
El barquero sentenció "Yo sí y más
le hubiese valido aprender cosas útiles porque me temo
que va a perder usted el 100% de su vida". No solo es
importante cómo aprendemos, qué aprendemos también
es vital.
Si aprender es decisivo, si el aprendizaje va a ocurrir a
lo largo de la vida, si de verdad nos importa el futuro de
nuestros hijos, más vale que le prestemos especial
atención a ese proceso porque tenemos graves deficiencias
que corregir. Cómo aprendemos es determinante y, por
si fuera poco, va a ser imposible aprender sin el apoyo de
la tecnología. Hasta ahora la formación virtual
ha tratado de parecerse lo máximo posible a la formación
presencial pero, a corto plazo, la tecnología está
destinada recuperar la forma en la que siempre hemos aprendido
las personas: haciendo. Y todo ello por una simple razón:
nos permite hacer cosas que el aula presencial no es capaz
de ofrecer.
La gran pregunta es ¿Serán tus hijos más
inteligentes que tú?
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