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No pienso luego no existo


Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar
 

 

“En una escala del 1 al 10, el conocimiento que tenemos del cerebro es un 3. Me daría por contento si consiguiésemos entender qué es un pensamiento” Rafael Yuste, neurobiólogo e ideólogo del proyecto BRAIN.

Durante las pasadas navidades, recibí un mail titulado: “¿Qué separa a los millonarios del resto de nosotros?” Al abrirlo, aparecieron más preguntas. “¿Cuál es la principal razón de su riqueza, nacieron ricos? Algunos. ¿Tuvieron suerte? Unos pocos. ¿Estudiaron más que el resto en el colegio? La verdad que no. ¿Entonces cuál es la diferencia entre ellos y tú? Su cerebro, la forma en que piensan…”. Ya que ser millonario nunca ha sido mi objetivo, lo que me interesó fue la última palabra. ¿Existirá una forma de pensar exclusiva de los millonarios? Y si es así ¿En qué consiste? ¿Dónde y cómo la aprenden? Enseguida, derivé hacia preguntas más básicas ¿Qué es pensar y cómo pensamos? Como cada vez que no sé acerca de algo, pregunté a varios amigos, repartidos en varios países, quienes me compartieron sus sesudas definiciones. La conclusión es drástica: Somos capaces de explicar qué es pensar pero no sabemos cómo pensamos. Claro, tenemos opiniones sobre decenas de cosas. Ocasionalmente, dedicamos tiempo a reflexionar respecto de nuestras experiencias (Simeone, entrenador del Atlético de Madrid ha causado conmoción al pedir tiempo para pensar después de perder por segunda vez la final de la Champions). Pero según los científicos, todavía no sabemos cómo ocurre el mágico proceso de pensar.

Ya en abril abordamos la importancia del conocimiento, generado a partir de la práctica repetida, para tomar decisiones de forma automática. Jamás debemos olvidar que las peores atrocidades de la humanidad se cometieron al actuar sin pensar. Este mes toca reivindicar la otra cara de la moneda: el poder de la reflexión. Cuando era pequeño, compartía habitación con mis 2 hermanos. El menor, Iñaki (hoy psicólogo clínico especialista en drogodependencia), tenía la costumbre de tumbarse en la cama y quedarse un buen tiempo mirando el techo. Recuerdo que mi madre le preguntaba, “Iñaki, ¿qué haces?” Y su respuesta siempre era la misma: “Estoy pensando”. El ejercicio de pensar es silencioso, no tiene una manifestación física visible lo que le perjudica comparado con otras actividades más rutilantes. Pensar, aparentemente, no hace sudar. Eso nos lleva a creer que pensar, al igual que respirar, es algo instintivo y no hace falta aprenderlo. Hemos llegado, incluso, al punto de considerarlo una pérdida de tiempo. “No les pago por pensar” es una vejatoria frase que he escuchado a algunos ejecutivos para referirse a sus colaboradores. Hay 2 grandes razones por las que evitamos pensar: La primera, porque pensar requiere un esfuerzo tremendo. Nuestro cerebro (que supone el 2% de la masa corporal pero consume más del 20% de la energía) prioriza siempre el ahorro de recursos. Todos los meses, antes de escribir esta simple columna y aunque no lo parezca, dedico bastante tiempo a determinar el tema, el enfoque, el desarrollo y la forma de hacer llegar el mensaje. Aunque disfruto del proceso, me doy cuenta de que, en ocasiones, busco excusas para posponerlo porque me requiere un trabajo enorme. La segunda razón es porque, maquiavélicamente, es mucho más fácil manipular a las personas cuando no piensan…

He escrito varias veces acerca de la reflexión como el primer hábito para gestionar el conocimiento. Existe consenso, al menos en el discurso, respecto de que aprender a pensar es la habilidad más importante para el ser humano ya que constituye el fundamento sobre el que construir el resto de capacidades. Vamos a abordar el acto de pensar desde 2 dimensiones: organizacional y educativa.

LA DIMENSIÓN ORGANIZACIONAL:Si tengo 8 horas para cortar un árbol dedicaré 6 a afilar el hacha” (Abraham Lincoln). El responsable de RRHH de una multinacional me confesaba recientemente “¿Cuándo piensan los directivos? No tienen tiempo, siempre están ejecutando”. En una situación económica tan estresante como la que padecemos desde hace casi 1 década, las organizaciones viven sometidas a la tiranía de los resultados. Ante la urgencia de cumplir con los objetivos fijados por sus accionistas, las expectativas de los mercados y los ciudadanos y la obligación de derrotar a sus competidores, las empresas están obsesionadas por la ejecución al punto que han arrinconado el proceso de pensar. 2016 es el año de la productividad en Chile y es imposible negar la importancia de optimizar el rendimiento y la eficiencia. Pero no olvidemos que los países más desarrollados del mundo son países intensivos en el uso y producción de conocimiento, naciones que dedican mucho tiempo a pensar y con las jornadas laborales más cortas. La principal responsabilidad de un líder es pensar, de lo contrario, se convierte en un actor muy peligroso.  Distingamos 2 tipos de pensamiento: sobre el pasado y sobre el futuro.

1. Pensar sobre el Pasado: Tras un partido de playoffs de la NBA que finalizó con un marcador muy abultado, un presentador de TV preguntó a uno de los analistas si el entrenador del equipo derrotado y su equipo de ayudantes revisarían las imágenes del partido u optarían por pasar página para preparar el siguiente duelo. Sorprendido, el analista (un famoso ex jugador) confirmó que lo primero que haría, esa misma noche, el cuerpo técnico es revisar el video del partido y tomar notas para, en la mañana siguiente, examinar con los jugadores todos los detalles. Pero además, especificó en qué consistiría dicho ejercicio: “El entrenador recordará cuál era el plan (esto es lo que dijimos que haríamos antes del partido), expondrá qué fue lo que realmente pasó y se discutirá por qué no cumplieron con el plan y qué necesitarán hacer para el próximo partido”.  Moraleja: si no pensamos es imposible mejorar. ¿Qué hace falta para pensar? Algo de tiempo, un objetivo claro, voluntad, concentración y un poco de método. Mentimos si afirmamos que para pensar se necesitan recursos o herramientas complejas. Lo primordial es considerar que pensar es la forma más inteligente de trabajar. Pero lo más extraordinario es que, una vez que piensas sobre algo, lo haces consciente, lo que te permite hacerte cargo y tomar decisiones al respecto. Javier Marías inicia su libro Corazón tan blanco narrando la situación donde una persona escucha una conversación que preferiría no haber escuchado pero que ya no puede borrar de su memoria. La mejor estrategia para ser consciente es siempre hacerte preguntas. Casemiro, el titular menos conocido del Real Madrid, confesó en una entrevista que ve sus partidos grabados y siempre pregunta al entrenador cómo ha estado, en qué ha fallado, en qué ha estado bien y qué más podría haber hecho. Cada vez que pierdes la oportunidad de reflexionar, te arriesgas a repetir los mismos errores. Para reflexionar críticamente sobre lo sucedido, tenemos que asegurarnos de revisar qué objetivos teníamos y comprobar si los alcanzamos. En caso de que así fuera, hay que indagar acerca de por qué y cómo repetirlo en el futuro y en caso de no haberlo logrado, cuestionarse por qué no y qué deberíamos cambiar. Es curioso que, muchos de los mejores ejemplos de reflexión consciente provengan de un ámbito como el deporte, directamente asociado a la acción.

Pensar sobre el Futuro: La semana pasada realizamos un taller Lego con una serie de especialistas en las áreas de supply chain y logística. Les pedimos construir los principales desafíos que enfrentarán sus áreas en los próximos años. El ejercicio, inicialmente, les resultó una tortura porque si pensar sobre el pasado es poco común, reflexionar sobre el futuro es aún menos frecuente. Cada vez que hacemos un diagnóstico sobre el estado de la gestión del conocimiento en una empresa, preguntamos qué instancias para reflexionar existen en la organización. Las respuestas son desoladoras. Es muy difícil crear el futuro que deseas si antes no lo sueñas. Todos queremos generar ideas, imaginar posibilidades, innovar, buscar soluciones a problemas, etc. ¿Pero cómo se hace? ¿Cómo se me ocurren las ideas? Existen metodologías para desarrollar la creatividad, el pensamiento crítico, divergente o lateral pero se trata de procesos muy incipientes. El único ejercicio que se realiza con una cierta regularidad es la planificación estratégica. Día tras día comprobamos que las organizaciones evitan pensar y concentran toda su energía en la ejecución.

LA DIMENSIÓN EDUCATIVA: Si pensar es importante, entonces lo que se espera del proceso educativo es que te enseñe a pensar. Claramente, no está cumpliendo el objetivo. Por una parte, es lógico que fracase en el intento. Si no sabemos cómo pensamos, difícilmente podemos enseñarlo. Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que la intención del sistema educativo es justamente que no aprendas a pensar… Andrés Bello, uno de los humanistas más reputados de Latinoamérica escribió esta frase, nada inocente, en 1836: “El círculo de conocimientos que se adquiere en estas escuelas erigidas para las clases menesterosas, no debe tener más extensión que la que exigen las necesidades de ellas: lo demás no sólo sería inútil, sino hasta perjudicial, porque, además de no proporcionarse ideas que fuesen de un provecho conocido en el curso de la vida, se alejaría a la juventud demasiado de los trabajos productivos”. Desde entonces, el mundo continúa dividido entre una elite minoritaria que piensa y manda, y una mayoría que ejecuta. El curriculum actual apenas ha sufrido modificaciones importantes. Se enseña lo que no hace falta (que además se olvida) y no enseñamos las habilidades esenciales. Tanto el colegio como la universidad basan su modelo en memorizar contenidos y repetirlos en un examen. Muchos alumnos que aprueban no conocen qué diferencia hay entre saber y no saber, creen que aprenden cuando son capaces de repetir algo de memoria aunque no lo entiendan. A lo único que aprenden es a tomar apuntes, estudiar y a memorizar y terminan convencidos de que eso es lo que se espera de ellos. Yo saqué buenas notas en el colegio y la universidad aunque nunca comprendí muchas de las cosas que tuve que estudiar. La educación no promueve el pensamiento propio, no fomenta la libertad ni alienta la experimentación sino que te obliga a repetir las ideas de otros sin opción de disentir. Cuando alguien hace una pregunta, significa que está pensando. ¿Por qué? es posiblemente la pregunta más poderosa. Sin embargo, la educación consiste en enseñarte a responder preguntas que tú no te haces y por tanto, que no te importan. La falacia de que las matemáticas enseñan a razonar no tiene ningún sustento. La asignatura de filosofía, siendo apasionante, es en realidad una revisión de la vida de los grandes filósofos. ¿Qué mérito tiene repetir lo que te dicen? Ni siquiera es “tuyo”, muchas veces no lo entiendes, no te importa, se te olvida, está en internet… ¿Dónde quedan tus intereses, tus propias opiniones, tus sueños? La educación sigue siendo un proceso de adoctrinamiento que busca volverte dócil. Un niño que saca buenas notas demuestra que sabe obedecer y memorizar (o copiar) lo que le ordenaron y se encamina hacia un adulto sumiso. Demuestra disciplina pero no es más inteligente que un niño con malas calificaciones. La inteligencia consiste en saber pensar. Que hayas estudiado no significa que sepas pensar. Que apruebes no quiere decir que sepas. Pensar exige mucho más esfuerzo que memorizar. Mantener un sistema educativo diseñado en el siglo XIX para una sociedad que debe afrontar desafíos sofisticados es aberrante. No podemos seguir enseñando lo mismo y de la misma manera. Los analistas internacionales están alertando que nuestros hijos van a competir con máquinas. No necesitamos introducirles más información en el cerebro sino asegurarnos de que aprenden a pensar y tomar las decisiones adecuadas. Las máquinas son buenas para hacer lo que se les manda mientras nosotros somos buenos para hacer lo que nos gusta. Los jóvenes deben finalizar el proceso educativo con capacidad de enjuiciar en lugar de toneladas de asignaturas…
Aunque soy bien pensado por naturaleza, me temo que este despropósito no es casualidad. Para que quienes detentan el poder conserven sus privilegios y se aseguren una vida sin sobresaltos, se necesita una mayoría que no cuestiona el status quo sino que se conforma con mantener su lugar en la sociedad. Nunca ha existido interés en que la educación desarrolle en los jóvenes la capacidad de criticar y cuestionar la realidad para transformarla. Sería demasiado arriesgado. Los regímenes totalitarios y las religiones siempre persiguieron con ahínco a quienes pensaban y se comportaban contradiciendo sus dogmas. Los regímenes democráticos son bastante más sutiles. El recientemente fallecido Muhammad Ali, a pesar de su precario nivel educativo, fue capaz de desafiar al establishment de la época blandiendo su propio pensamiento genuino en temas tan comprometidos como la integración racial o la insumisión a la guerra de Vietnam.

CONCLUSIONES: “No evites pensar por estar muy ocupado” (anónimo). La cruda realidad es que pensamos poco y, en general, pensamos mal. Necesitamos instancias formales y sagradas para pensar, igual que las tenemos para comer o dormir. Conozco un directivo que, armado con lápiz y cuaderno, dedica cada viernes de 8h a 11h a reflexionar. Nos hace falta también entender mejor cómo ocurre el proceso de pensar. Si los beneficios de la reflexión son tan evidentes y lo que se requiere está al alcance de la mano, ¿por qué no pensamos regularmente? La explicación es biológica. Pensar es agotador, exige un gran esfuerzo sin garantía de éxito. Nuestro cerebro fue diseñado originalmente para ayudarnos a sobrevivir y para reaccionar de forma automática ante los estímulos (huir o luchar) en una época en que tomarse tiempo para pensar podía significar la muerte. Por eso, dado que a nuestro cerebro no le agrada gastar energía sino la búsqueda de placer, no es de extrañar que siempre que puede, evite desperdiciarla pensando. En cierto modo, nos sentimos cómodos siguiendo instrucciones. Si no me hago preguntas, no me tengo que hacer cargo de las respuestas…
Las organizaciones no aprenden porque están demasiado ensimismadas en actuar rápido para tener éxito, perdiendo la inmejorable oportunidad de reflexionar sobre sus acciones y aprender de su experiencia. Pensar es una de las operaciones básicas que nos hace humanos. Todos llevamos una máquina para pensar, de similar potencia, encima de los hombros. Todo depende del uso que hagamos de ella. Descartes escribió hace 400 años “pienso luego existo”. En las sociedades crecientemente desiguales que estamos construyendo, cada vez más personas dejan de existir porque no saben o no pueden pensar. La única manera de que una persona pobre o ignorante no tenga hijos pobres o ignorantes consiste en que aprendan a pensar para tomar sus propias decisiones. Pero claro, no puedes aprender sin pensar.

El 15 de junio estaremos en Tecate, Baja California (México) en el 35 aniversario de Cobach impartiendo la conferencia “Gestion del conocimiento para un bachillerato de calidad”.
A partir del 20 de junio, en Barcelona, impartiremos un curso de gestión del conocimiento para responsables y  gestores de formación de los distintos organismos de la Generalitat de Catalunya.
Y el 5 de julio, también en Barcelona, acompañaremos a Jesus Martinez, Responsable de Formación Directiva y Nuevos Programas en el CEJFE del Departamento de Justicia, en el lanzamiento de su libro Nuevos modelos de formación para empleados públicos. Guía para la transformación.


 
 
 

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