"Aprendemos algo todos los días, y muchas veces es que lo que aprendimos el día anterior estaba equivocado" (Bill Vaughn)
Ha transcurrido ya el primer mes del año 2018 y me imagino que si te pregunto ¿qué aprendiste el año pasado? tu respuesta será inmediata y precisa. ¿No es así? ¿Cómo es posible? ¿No sabes lo que aprendiste a lo largo de todo un año de tu vida? Ojo, cuando hablo de aprender, no me refiero a los cursos que hiciste. Estudiar es lo que uno hace en un aula y lo padecimos durante interminables años en el colegio y la universidad. Aprender es lo que ocurre fuera del aula, cuando experimentas la vida. Al sistema educativo le importa lo que sabes, al mundo lo que haces con lo que sabes. Aprender no consiste en poseer un montón de datos sino en demostrar alguna capacidad. Se reconoce lo que sabes por la forma en que lo usas. No puedes formar pilotos sin aviones y menos evaluarlos con un test.
La respuesta a esa pregunta tan simple tiene 3 alternativas posibles:
1. Que me digas “Sé perfectamente lo que aprendí”. Estadísticamente, como explica esté artículo reciente, solo entre un 10% y un 15% de personas responderían eso. En efecto, para aprender es imprescindible hacer consciente lo que te pasa.
2. Que contestes “No aprendí nada”. Esta es la respuesta más peligrosa de todas porque significa que te estancaste, desperdiciaste el año y no lograste progreso alguno. Espero que no sea tu caso. Claude Bernard decía que “es lo que creemos que ya sabemos lo que a menudo nos impide aprender”.
3. Que reconozcas “No sé lo que aprendí, seguro que varias cosas, pero como no me lo he preguntado, no tengo una respuesta concreta”. Esta es la alternativa que la mayoría de las personas responden y tiene una explicación razonable, pero demuestra una ceguera preocupante.
¿Por qué es lógico que no sepamos lo que aprendimos? Porque el aprendizaje es un proceso inconsciente. Estamos hablando de un intangible que tiende a esconderse de su propio dueño. Nadie se levanta por la mañana pensando en lo que va a aprender ese día sino dispuesto a hacer cosas, lograr objetivos, cumplir planes. Aprender es un medio, el recurso del que echamos mano, sin darnos cuenta, para cumplir nuestros propósitos. El aprendizaje ocurre mientras tratamos de hacer cosas y dado que nuestra atención está puesta en esas cosas que nos importan, el acto de aprender pasa desapercibido.
¿Y por qué resulta alarmante nuestra falta de consciencia respecto de lo que aprendemos? Porque es nuestra vida la que está en juego. Cada vez que pregunto por la cualidad más importante del ser humano, la respuesta es unánime: La facultad de aprender. En columnas anteriores, hemos sostenido que tu vida depende de tu capacidad de aprender al punto de que cuando dejas de aprender, dejas de vivir. Incluso, aprender es más importante que saber. No hay nada más importante que aprender: Está científicamente comprobado que, si no comes, te mueres y si no duermes, tarde o temprano te mueres. Pero si no aprendes, también te mueres ya sea por comer una seta venenosa, saltarte
un
semáforo en rojo o caerte en una piscina cuando no sabes nadar. Vivimos en la sociedad del aprendizaje y no en la de conocimiento porque el proceso que produce conocimiento se llama aprender. Por eso, si aprendes más despacio que tu entorno, desapareces mientras que, si aprendes más rápido, entonces innovas y te conviertes en referente.
Siendo honestos, no podemos atribuirnos demasiado mérito. Todos los organismos nacen con la capacidad innata de aprender que les permite sobrevivir, incluyendo las plantas. Los humanos estamos entre los seres menos dotados físicamente del planeta, pero somos los más inteligentes y gracias a ello, dominamos al resto de especies. Tuvimos que desarrollar conocimiento e innovar para cazar animales más rápidos, fuertes y resistentes que nosotros. La explicación de esta “superioridad” es muy simple: tenemos un órgano especialmente diseñado para aprender y gestionar nuestro conocimiento llamado cerebro. Y aunque todos los animales tienen cerebro (los mamíferos tienen también corteza cerebral), ha sido nuestra especial habilidad para aprender la que nos ha permitido lograr
niveles
de desarrollo sin comparación. La destreza de aprender cualquier cosa es la esencia de la inteligencia. Aunque los animales también aprenden, carecen de lenguaje que les permita transferir su conocimiento a sus semejantes y sobre todo a las generaciones venideras. Para ellos, el aprendizaje es un proceso más individual que colectivo.
Durante la mayor parte de la historia, en que los cambios sucedían lentamente, aprender era sinónimo de supervivencia, si no aprendías simplemente te extinguías. Actualmente, excepto en contadas excepciones, aprender ya no es cuestión de vida o muerte. Hoy si no aprendes de forma permanente, puedes seguir viviendo, pero en pésimas condiciones porque quedas obsoleto en una sociedad/mercado que avanza imparable y en la que, si no tienes conocimiento productivo, eres marginado.
¿Por qué entonces es importante saber lo que aprendemos? Porque de otra manera no puedes mejorar. Sin autoconsciencia, es imposible corregir lo que no te funcionó como querías ni reforzar lo que si te resultó. Por suerte, siempre estás a tiempo de pararte a pensar, solo tienes que proponértelo. Reflexionar significa comparar lo que esperabas (si es que tenías algún plan) con lo que realmente pasó para buscar explicaciones que te permitan entenderlo. No puedes cambiar el pasado ni menos quedarte anclado en él, pero si analizarlo para extraer lecciones y tomar mejores decisiones para el futuro. Si no haces balance periódicamente, navegas a merced de la corriente. Es imprescindible tener un foco claro hacia donde te diriges para evaluar en qué medida avanzas en esa dirección. Cuanto más aprendes, más valioso te vuelves porque acumulas conocimiento. Y cuanto más conocimiento tienes, mayor es tu grado de autonomía y menor tu dependencia de otros.
Hay 2 elementos relacionados con el aprendizaje que merece la pena destacar:
1. Aprender exige recordar. Imagina que te tapo los ojos con un pañuelo, te doy a probar un trozo de chocolate y te pregunto de qué alimento se trata. ¿Qué sucede? Que tu cerebro busca en la memoria el sabor que percibe, lo reconoce (porque lo ha probado antes) y es capaz de identificarlo. Lo mismo ocurre si te doy una cucharada de mermelada de fresa o un sorbo de coca cola. Pero ¿y si te doy un alimento que no has probado nunca? Tu cerebro busca, pero como no encuentra nada, te dice que no sabe de qué se trata. Nuestro cerebro no elabora respuestas a los problemas, sino que recupera las respuestas almacenadas en la memoria y que pueden llevar allí mucho tiempo. La corteza cerebral es, a fin de cuentas, un sistema de memoria. Todo lo que eres capaz de recordar no fue “inyectado” en esa memoria ni venía contigo cuando naciste, sino que lo aprendiste durante años de práctica repetitiva y lo almacenaste en tus neuronas. Tu cerebro es muy eficiente en utilizar lo que has ido guardando en la memoria para resolver problemas y producir comportamientos. ¿Qué pasaría si, aunque hayas probado muchas veces el chocolate, tu cerebro no fuese capaz de almacenarlo y por tanto no pudiese recordarlo? Significa que si olvidas las experiencias que tienes, no puedes aprender, siempre vuelves al punto de partida. Olvidar tiene algunas cosas buenas: yo olvido muchos detalles de las novelas que leo y de las series y películas que veo con lo que puedo disfrutarlas nuevamente como si fuese la primera vez. Pero si hoy no eres capaz de recordar cosas que supuestamente "aprendiste" (piensa en las asignaturas del colegio y la universidad) no te engañes, simplemente no las aprendiste. Es decir, todo el esfuerzo y dinero que invertiste se pierde irremediablemente. Por suerte, las personas gozamos
de
mentes sanas que nos dicen qué hacer en cada momento a partir de las experiencias que vamos guardando y que solemos recordar.
2. Aprender implica cambiar el cerebro. Recuerdo una anécdota de una época en que Argentina sufría una inflación desbocada y que decía que te sentabas a tomar un café con un precio y al ir a pagar, ese precio ya había cambiado. Con el conocimiento pasa lo mismo, con el tiempo caduca. La vida es cambio: la tierra gira alrededor del sol y rota, la el corazón late y bombea sangre que circula por el cuerpo, los pulmones exhalan e inspiran aire, los riñones filtran y depuran, el estómago digiere… en el momento en que cualquiera de esos movimientos se detenga, estamos muertos. Nuestros mayores nos hablan de profesiones que dejaron de existir: farolero, aguador, farero, herrero, vendedor de enciclopedias o telefonista. Nosotros conocimos los videoclubs y comprobamos que ya casi no quedan conserjes ni cajeros de banco y pronto les tocará a los carteros. No
puedes
no cambiar, pero para cambiar, necesitas estar cómodo con aprender. Nuestro cerebro se pasa las 24 horas del día recibiendo señales, tratando de entenderlas (comparándolas con lo que ya tiene almacenado) con el objetivo de predecir lo que va a ocurrir a continuación. Y ya vimos que pueden pasar 2 cosas: o bien reconoce esas señales y dispara la respuesta que tiene guardada o nos dice que no las ha visto nunca. En este último caso, que es cuando aprendemos, lo que hace es registrar esas secuencias de señales y almacenarlas con el objetivo de reutilizarlas en el futuro. Para eso, genera una serie de conexiones neuronales que van modificando el cerebro. Cuantas más veces recibe esas señales y dispara la respuesta, más sólidas se van haciendo esas conexiones. Por eso aprender obliga a cambiar el cerebro. Todo el trabajo cerebral se basa en detectar patrones y compararlos con lo
que
tiene guardados y asegurarse de almacenar los que son nuevos.
Todo aprendizaje es autoaprendizaje. Aprender no consiste en “recibir” conocimiento, porque el conocimiento real sólo puede crearlo quien aprende. El acto mágico del aprendizaje es un ejercicio soberano del que aprende. El aprendizaje depende de uno mismo, no es responsabilidad de nadie más (ni de tus padres, profesores o de tu jefe), no lo puedes delegar. Nadie puede aprender por ti. Tu eres el principal beneficiado y por tanto interesado. Si quieres crear un ambiente educativo que se oponga directamente a lo que el cerebro hace, entonces diseña un aula…
Conclusiones:
“Nunca es muy tarde para ser lo que podrías haber sido” (George Eliot).
¿Qué importancia le estás dando al aprendizaje en tu vida? Aprender nunca ha sido una prioridad. El colegio te premiaba por las notas, no por aprender. Las organizaciones no reconocen ni castigan a nadie por lo que aprenden ni por cuanto contribuyen al aprendizaje de otros. Debiese escandalizarnos esta incongruencia porque somos lo que hemos aprendido y seremos lo que seamos capaces de aprender de aquí en adelante. Estamos jugando con nuestro futuro.
Aprender es el mejor ejercicio para proteger nuestro cerebro. Sabemos que requiere esfuerzo, no desanimarse con los contratiempos y mucha paciencia. Pero la vida sin aprender es aburrida. Aprender es descubrir cosas nuevas y eso siempre es divertido.
Necesitamos hacer sudar al cerebro porque aprender te mantiene joven. Cada vez que aprendes, cambias. Como leí en alguna parte, todos nacemos con alas, nuestra tarea es aprender a volar. Además, el aprendizaje es tu único recurso renovable (no se gasta) sobre el que descansa tu ventaja competitiva como profesional y ser humano.
¿Qué aprendiste ayer? Es curioso que nadie se olvide de comer o dormir… En cada momento tienes la oportunidad de aprender ¿la aprovechas? Siempre puedes tratar de mejorar un poco cada día, preguntarte por la mañana qué voy a aprender hoy y por la noche, qué aprendí y cómo lo usaré mañana. Solo puedes mejorar si aprendes y aprender es vivir.
¿Qué aprendí yo el año pasado? Destaco 2 cosas. La primera es que las prioridades cambian y es lógico que así sea. La segunda es que el límite de nuestras capacidades está mucho más lejos de lo que creemos, tenemos un potencial gigante. Pero lo más importante es que resulta verdaderamente factible alcanzarlo siempre que nos lo propongamos.
¿Qué tienes previsto aprender este año?
|