¿Crees que trabajas en una organización inteligente?
No dudo que esa debe ser la aspiración e incluso
la creencia de la mayoría de los que formamos parte
cualquier grupo humano que se organiza para entregar algún
producto o servicio a sus clientes. Sin embargo, para responder
esa pregunta, es necesario primero ponerse de acuerdo sobre
qué entendemos por "Inteligente".
Encontrar una definición de inteligencia puede ser
muy arduo y seguramente dejará a mucha gente insatisfecha
así que lo más práctico es usar mi
propia receta que identifica 3 rasgos de la inteligencia:
1. Alguien es inteligente cuando es capaz de predecir situaciones
que pueden ocurrir en el futuro.
2. Alguien es inteligente cuando se caracteriza por su
habilidad a la hora de tomar buenas decisiones.
Estos 2 primeros rasgos ya los analizamos con profundidad
en los newsletters titulados "¿Eres
más inteligente que tus padres?" y "Google
no es Dios".
3. Quiero añadir ahora un tercer rasgo de la inteligencia:
Alguien es inteligente cuando es capaz de aprender.
Peter Senge, en su aclamado libro "La Quinta Disciplina",
hace una declaración que ha sido citada en innumerables
ocasiones: "La única fuente de ventaja competitiva
sostenible será la capacidad de tu organización
de aprender más rápido que las demás".
Me parece una afirmación rotunda e inapelable y que
casi ningún directivo sería capaz de refutar
aunque todavía sea más una aspiración
que una realidad. Las personas, cómo vimos en el
newsletter de
julio, son muy diestras a la hora de aprender pero ¿Y
las organizaciones? ¿Son capaces de predecir? ¿Y
de tomar buenas decisiones?¿Y de aprender? ¿Cómo
aprende una organización?
Dilucidar estas cuestiones no es un asunto sencillo. A
nivel individual, generar y acumular nuevo conocimiento
(Aprender) y sacar partido del conocimiento que se
tiene (Gestión del Conocimiento) no nos resulta complicado
y todos lo hacemos permanentemente aunque no queramos, ni
mucho menos sepamos, como lo hacemos. No puedes evitar aprender
a menos que no quieras seguir vivo. Parece incontestable
es que mientras existen situaciones que las personas somos
capaces de resolver de manera bastante eficaz y por tanto
"inteligente" (predecir y anticipar lo que ocurrirá,
tomar buenas decisiones o aprender de la experiencia para
tratar de no repetir errores), sin embargo las empresas
tienen graves problemas para aprender de lo que les ocurre
a diario, para gestionar su conocimiento y manejarse en
un nivel de inteligencia similar al de sus integrantes.
Recientemente leía la declaración de un ejecutivo
de una importante empresa farmacéutica que manifestaba:
"A lo largo de mi carrera he estado en muchos equipos
de trabajo y la verdad es que nunca he visto ninguno que
diera resultado". La frase es lapidaria pero no por
eso deja de ser valiosa. ¿Por qué tan frecuentemente,
el "todo" es menos que la "suma de las partes"?
En demasiadas ocasiones, 1 + 1 no solo no suma 3 sino que
muchas veces ni siquiera suma 2.
Aprender y gestionar el conocimiento son actos estrictamente
reservados, al menos por ahora, a los organismos vivos.
Los animales lo hacen sin esfuerzo, los humanos también
(aunque en ocasiones pareciera lo contrario) pero ¿Y
las organizaciones? Mi opinión es muy pocas logran
alcanzar niveles razonables de inteligencia. Y esta respuesta
se explica en gran medida por qué la afirmación
inicial sobre los organismos vivos está incompleta:
debe decir "organismos vivos con cerebro". La
discusión no radica en si las organizaciones son
o no organismos vivos (lo dejo a aquellos mas versados
en el asunto) sino más bien donde está el
cerebro de una organización. Ubicar el cerebro
de un animal o una persona no resulta un tarea difícil
pero les desafío a que identifiquen donde radica
el cerebro de una organización. ¿Difícil
verdad? ¿El cerebro está en el equipo directivo
de la empresa? Lo dudo. ¿En su Presidente? No lo
creo. ¿Será que una organización
no tiene cerebro? Y si no lo tiene, ¿Cómo
aprende? ¿Qué pasa si, de un día
para otro, sustituimos a todos los miembros de una empresa
por igual número de personas que reclutemos, por
ejemplo, a la salida de un partido de futbol? ¿Sigue
existiendo la misma organización? Desde luego conserva
el mismo nombre, los mismos productos, infraestructura,
clientes, recursos financieros
pero ¿Será
capaz de funcionar? ¿Dónde está exactamente
lo que sabía el día anterior y había
aprendido en el pasado?
Tengo la sensación de que la dificultad para encontrar
al cerebro juega un papel primordial para explicar por qué
las empresas tienen tantos problemas para aprender y por
tanto, para ser inteligentes.
En el caso de las personas, lo primero que resulta elemental
es que nos resulta simplemente imposible vivir sin cerebro.
Cómo ya hemos comentado en varias ocasiones, las
personas tenemos objetivos
(muchos de ellos inconscientes) y nuestras conductas y acciones
se encaminan a tratar de alcanzar dichos objetivos. Para
lograrlo, el cerebro
opera como una especie de torre de control que "controla,
dirige y coordina" a los demás órganos
del cuerpo en el cumplimiento de los planes que cada uno
de nosotros ejecuta para lograr los objetivos. Cuando sabe
cómo lograrlos, solo necesita gestionar el conocimiento
que ya tiene y cuando no sabe cómo lograrlo, pone
en marcha el mecanismo necesario para aprender. Por regla
general, lo hace de forma bastante eficiente. El cerebro
alinea al resto de actores involucrados, analiza permanentemente
la información que recibe de ellos y toma las decisiones
a partir del único recurso que tiene para hacerlo:
Su experiencia, su conocimiento.
En una empresa es sorprendentemente habitual que las distintas
áreas desconozcan lo que están haciendo las
demás o que varias estén abordando el mismo
problema sin saberlo, malgastando energías y recursos.
¿Te imaginas que salieses de tu casa para ir al trabajo
y una pierna decidiese ir por un camino y la otra en dirección
opuesta? ¿O que tu cerebro le indique a una mano
"toma un vaso para pasárselo a la persona que
te lo acaba de solicitar" y en lugar de responder a
esa orden, el brazo le pegue un puñetazo en la cara
a tu vecino? Por suerte, si eres una persona normal, eso
no ocurre, algo que no se puede decir cuando se habla de
una organización. Mi experiencia me dice que muchas
organizaciones no tienen claros sus objetivos y menos aun
son capaces de involucrar y alinear a sus miembros en pos
de obtenerlos. La mayoría de los directivos coincide
en que la falta de alineamiento de las personas con las
estrategias es una de sus mayores preocupaciones y que la
tarea más importante de un directivo es motivar a
las personas a alcanzar los objetivos de la organización.
Una persona, aunque tenga diferentes objetivos, tenga dudas
sobre cómo alcanzarlos, y se pelee consigo mismo,
tiene muy claro que busca siempre lo mejor para sí
y trata de evitar perjudicarse. Sin embargo, cuando hablamos
de organizaciones, unidades, áreas, departamentos
o equipos, en realidad de lo que estamos hablando es de
varios cerebros, pero no solo uno por cada entidad organizacional
sino uno por cada persona, cada cual con sus objetivos,
sus preferencias, sus prioridades, sus fobias, sus criterios
para determinar lo que es importante, lo que es razonable,
lo que es necesario, etc. Y es en este punto, en el intento
de que varios cerebros funcionen como uno solo donde por
regla general todo se viene a pique. Las luchas de poder
son solo una manifestación palpable de lo que ocurre
a diario en cualquier colectivo humano con personas o áreas
no ya persiguiendo objetivos distintos sino que muchas veces
contrapuestos y en franco conflicto. Si ponerse de acuerdo
con otra persona ya es difícil de por si (y sino
que le pregunten a cualquier matrimonio), imaginad lo complejo
de lograr que un equipo o una empresa funcione como "un
solo hombre". Una persona se puede permitir que no
todos sus actos sean infalibles ni su gestión del
conocimiento perfecta (no es crucial si siempre escojo el
camino más corto para llegar a la oficina o si compro
siempre los alimentos o la ropa en el sitio más barato
posible) porque las consecuencias no necesariamente son
graves. Pero una empresa no se lo puede permitir porque
se maneja por criterios de eficiencia, rentabilidad y, a
fin de cuentas, resultados. Necesita ser inteligente todo
el tiempo, en cada paso que da. No ser todo lo inteligente
que podría ser le cuesta mucho dinero.
Si nuestro objetivo es ayudar a que las organizaciones
sean de verdad inteligentes, la gestión del conocimiento
y el aprendizaje tienen mucho que decir: Utilizar eficientemente
lo que ya se sabe, no repetir errores y aprender de ellos,
hacer las cosas cada vez mejor son algunos rasgos esenciales.
Cuando alguien en tu organización va a realizar una
tarea, ¿prefieres que lo haga con el conocimiento
que tiene individualmente o que vaya armado con la inteligencia
de toda la empresa a su disposición? La respuesta
es evidente pero no olvidemos que antes de nada, para que
eso sea factible, necesitamos encontrar primero el cerebro.
En realidad, ser inteligente incluye un cuarto rasgo que
significa tener buenas historias que contar, de hecho,
contar la historia adecuada en el momento oportuno a la
persona que lo necesita. Ya que hablamos del cerebro, nuestro
cerebro no acumula datos sino que acumula experiencias en
forma de historias. Precisamente el 23 de septiembre impartiremos
una conferencia sobre el poder de las historias en el marco
de las actividades que desarrolla la revista Capital Humano
www.revistacapitalhumano.cl
Y en octubre, en Barcelona, impartiremos un taller sobre
Cómo identificar el Conocimiento Crítico en
una organización http://www.aefol.com/8/38_Aefol_Sector_e-learning_Javier_Martinez_Aldanondo_impartira_Seminario_intensivo_en_Barcelona_3057.htm
y participaremos en el ITworldEdu 2009 www.itworldedu.es
Por último, os puedo adelantar el título
del próximo newsletter: "No nos engañemos,
el conocimiento no se puede gestionar". Os podrá
parecer un contrasentido ya que nos dedicamos precisamente
a eso pero dentro de 1 mes lo discutiremos.
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No cabe duda alguna que los humanos somos seres conversacionales.
Como tampoco la hay de que hay conversaciones y conversaciones.
Siempre hablamos para comunicar algo. Comunicación
viene de comunicare, poner en relación, poner en
contacto, compartir. No todas, las conversaciones, eso si,
cumplen este precepto. Por eso, no dudo, e imagino que ustedes
tampoco, que en un mundo repleto de conversaciones y de
oportunidades para ellas, son muy pocas las que nos permiten
"poner en contacto con
". Bueno, yo
tuve la suerte, hace algunas semanas de tener una conversación
que me abrió un mundo. Es lo que ahora quiero compartirles.
Esa conversación me puso en contacto con varios temas
que venía trabajando hace tiempo y con ideas, bebidas
de fuentes diversas, pero sin que tuvieran una armoniosa
coherencia, al menos hasta ahora. Nunca sabemos, por cierto,
cuanto duran las coherencias. (la contumacia del cambio
me tiene por estos días más que asombrado).
Mi contertulio en dicha conversación fue Raúl
Herrera, consultor y coach. Raúl me habló
de la obra de Otto Scharmer donde cristaliza su teoría
sobre el aprendizaje
.la teoría U.
Scharmer plantea, a mi juicio muy acertadamente, que hay
dos fuentes de aprendizaje: la primera, la mas utilizada
y conocida, y que viene incorporada en nuestros modelos
educativos resultantes de la cosmovisión occidental/cartesiana,
es aquella en la cual se aprende a través de la reflexión
sobre las experiencias del pasado. Aprendemos desde lo que
ya hemos realizado. Este proceso nos lleva a observar
lo que previamente hemos hecho; reflexionar sobre
ello y sacar conclusiones; lo que nos permite planificar
lo que haremos en adelante ante situaciones que nos parezcan
similares; y desde allí volver a actuar.
Scharmer nos propone otra forma de aprender, que no es
antagónica con la anterior, sino que la complementa,
a través de la presencia en futuros emergentes.
Esto es, mediante la presencia (estar presente) desde la
cual surge la posibilidad de futuro. La práctica
del estar presente, intensificando el aquí y ahora
en un espacio de quietud y apertura, posibilita la llegada
del llamado insight (hallazgo). Muchos de los grandes
descubrimientos o momentos memorables de la historia (parafraseando
a Stefan Zweig) han sido fruto de un insight. Un
visión heurística (atisbo), sin detalles,
de un hallazgo. La teoría de la relatividad de Einstein,
el Mesías de Handel, o el Eureka de Arquímides,
entre muchos otros, son ejemplos de una visión de
futuro. Después del hallazgo viene una gran claridad
sobre qué hacer.
Scharmer ha sistematizado sus ideas en el llamado proceso
U que posibilita el aprendizaje, haciendo que el futuro
emerja como aprendizaje. El insight es una luz que
hay que trabajar para que cristalice en un cambio de relevancia;
es, en otras palabras, un proceso de aprendizaje para convertir
el hallazgo en una innovación. Este proceso podría
parecer, y lo es, en cierta medida, muy místico,
pero sucede que los modelos educativos y en general de la
sociedad en la que vivimos nos educaron para el análisis,
mermando nuestra capacidad para la intuición y la
visión que forman parte de nuestra capacidad natural
de ser humano. El proceso U nos anima a que todos podamos
desarrollar estas capacidades para alcanzar un insight.
La teoría U se fundamenta en la creencia de que
hay muchas formas de enfrentar problemas complejos, y el
proceso U nos propone una manera de hacerlo. Ya he escrito
aquí que la sociedad actual se caracteriza por su
alta complejidad e incertidumbre, lo que nos exige mucha
creatividad para resolver problemas de naturaleza adaptativa.
No hay absolutos, ni verdades definitivas, ni caminos predeterminados,
para encontrar "las" respuestas. Pensar la complejidad
es descubrir la ambigüedad, la interacción entre
elementos y la ambivalencia donde antes sólo veíamos
simplismo. Jorge Wagensberg define ese atributo adaptativo
como la capacidad de ganar independencia en relación
a la incertidumbre de su entorno. Ahora bien, si las formas
tradicionales de enfrentar los problemas complejos no nos
garantizan esa "independencia", la teoria U nos
propone una manera de desarrollar aquellas capacidades que
nos pueden permitir ese logro. Al fin y al cabo esto no
sería cosa que ganar rangos libertad frente a los
condicionamientos.
El proceso U nos plantea, en consecuencia, cómo
alcanzar los insights para enfrentar problemas de alta complejidad,
aquellos para los cuales no tenemos soluciones aprendidas,
sino que tienen que emerger. Esto significa que tenemos
que regenerarnos: cambiar nuestra forma de pensar y ver.
El proceso U nos formula una metodología para realizar
esa regeneración. No soy un experto en ella, por
lo que les ruego tomarla sólo como una versión
introductoria. Esta consta de tres fases: percibir, presenciar
y darse cuenta. Cada una de estas fases requiere de
unas condiciones específicas para facilitar el aprendizaje.
Por ejemplo, viajar a lugares estimulantes o estar en lugares
donde se reciba mucha información, es bueno para
la fase de percibir. En otras ocasiones, para presenciar,
se requiere un espacio tranquilo y reflexivo en el cual
encontrar el sentido de los pensamientos y sentimientos.
I. Percibir:
La incapacidad de ver es una de las grandes barreras para
enfrentar problemas complejos. No hay peor ceguera que la
inconciencia de ser ciego. Normalmente vemos a través
de nuestros modelos mentales, de nuestros juicios y hábitos.
Tenemos una posición de verdad frente a lo que nos
pasa. Ello nos impide que emerjan respuestas innovadoras,
nuevas, diferentes, y, en consecuencia, más acertadas.
Pues la innovación requiere de disrupción,
de quiebre. La fase de Percibir nos invita a abrirnos,
a descubrir la realidad y ver la totalidad del sistema del
que formamos parte. Nosotros somos parte del problema, este
no nos es ajeno, de modo que debemos superar nuestros propios
modelos mentales.
Para descubrir la realidad real Scharmer nos propone desarrollar
dos capacidades:
1. Suspender el juicio: ser consciente de que nuestra
mirada sobre las cosas afecta la realidad y que la estamos
mediatizando y condicionando siempre. Debemos ser conscientes
de nuestros límites y por tanto ser capaces de superar
la mirada surgida de nuestros juicios. La tarea es, por
tanto, superarlos.
2. Redireccionar: se trata de desarrollar la habilidad
para escuchar y ver desde distintas posiciones, extendiendo
nuestro sentido del lugar y del espacio. Pensar desde el
lugar del otro. Empalizar, es decir, la capacidad de identificarse
con otra persona sin el concurso de conceptos. En otras
palabras, ponerse en la piel de otro. Ver desde otro ángulo.
Descubrir la realidad como un todo. Superar la visión
fragmentada del mundo.
Esta fase requiere de unas condiciones particulares; estar
receptivo a recibir y buscar mucha información, quizás
viajar, entrar en contacto con muchas personas de perfiles
y áreas de conocimiento diversas. Y, sobre todo,
estar abierto a conocer y sentir.
II. Presenciar:
Se trata de descubrir nuestro conocimiento profundo de lo
que está pasando en el sistema (organización).
El papel que tenemos en él. Y lo que individual y
colectivamente hay que hacer al respecto. Es la capacidad
de conectarse a la más alta posibilidad de futuro
que quiere emerger. La presencia requiere no solo de la
apertura de la mente, sino de aspectos más sutiles
como el corazón y la voluntad, para acceder al conocimiento
profundo del ser.
Presenciar encarna intencionalidad. Es un espacio para
la espontaneidad y la intuición. Es conectarse con
la fuente. La espontaneidad ha sido muy menospreciada por
el pensamiento racionalizador y la mente cartesiana. Pero
es una habilidad natural del ser humano. Es una fuente de
creatividad natural, creatividad sin estorbos, sin deliberación,
es el futuro que emerge. Es todo lo contrario de la acción
que busca un fin. El acto espontáneo carece de propósito:
lo importante no es buscar, sino encontrar.
Scharmer propone que en esta fase deben desarrollarse las
siguientes dos capacidades:
1. Dejar ir. Abandonar lo que creemos: los conceptos,
los instrumentos y las ideas. Ceder y entregarse a lo que
sea que tiene que surgir. Para ellos hay que tener valor
y perder miedo al vacío que ello comporta. Se trata
de entrar en un estado de profunda receptividad. Navegar
en lo misterioso e incierto, abandonando la certezas. Ya
no nos sirven las recetas. No poner mente, no elegir, como
en el Tao, y dejar que las cosas fluyan.
2. Dejar venir: este es un punto muy difícil,
ya que representa un cambio de acción, un nuevo compromiso.
Una nueva comprensión de nuestra valoración.
Se trata de dejar que una nueva visión sobre un aspecto
entre en nosotros, una nueva mirada sobre un problema determinado,
por ejemplo.
En esta fase se requiere un ambiente tranquilo, pasar tiempo
sólo, quizás en la naturaleza, salirse de
nosotros mismos y vernos como parte de la totalidad, escuchar
nuestras voces interiores, mas intimas, de modo que surja
claridad sobre el camino a seguir.
La tercera fase es III. Darse cuenta
Es la fase de múltiples conclusiones que se despliegan
con el tiempo. Se llega a esta fase sabiendo claramente
lo que hay que hacer. Se tiene la visión, aunque
el cuadro no está del todo pintado, no sabemos aún
cuales son los detalles. Hemos hecho un descubrimiento acerca
de cómo afrontar el problema, ahora hay que construir
la solución.
Las capacidades de esta fase son:
1. Cristalizar: No se sabe muy bien donde nos llevará,
pero si que pasos debemos seguir, tenemos la idea del cuadro
que queremos pintar pero no los detalles. Esta capacidad
demanda poner intención en lo que se hace: traducir
la solución emergente en una solución concreta.
2. Hacer prototipos: comporta llevar las ideas a
creaciones físicas, experimentar, dar vueltas y probar.
Y luego cambiar. Equivocarse, errar mucho y pronto. Este
es un proceso de cultivo. De explorar el futuro desde la
acción, desde el juego, por ejemplo. Esta fase requiere
que experimentemos desde el cuerpo, que integremos mente,
corazón y manos para hacer diseños.
3. Materializar: difundir la innovación,
la manera cómo enfrentamos el problema adaptativo,
para que sea incorporada en la organización. Requiere
confiar en lo que viene y en las personas. Se trata, al
fin de cuentas, en crear ecosistemas, espacios que se autorregulen
en la sustentabilidad de sus soluciones, que son al fin
y al cabo, respuestas dinámicas a problemas complejos.
La mayor crisis de nuestro tiempo es la del modelo de pensar
el cómo enfrentamos los problemas. Hasta ahora lo
hemos venido haciendo desde una dimensión visible.
En una organización lo visible es lo que hacemos,
decimos y vemos. Lo invisible es la condición interior
de sus participantes. Es decir la fuente originaria de lo
que decimos, vemos y hacemos. La esencia del liderazgo es
cambiar el lugar interior desde el cual operamos, pues es
lo que incide en el mundo visible. Con todo, la Teoría
U nos propone un equilibrio entre lo visible y invisible..
Si usamos como metáfora el árbol: este para
crecer equilibradamente debe hacerlo para arriba y para
abajo: sus ramas y follajes (arriba) y sus raíces
(abajo). La calidad de vida del árbol dependerá
de sus dos dimensiones. Para las personas y las organizaciones
ocurre lo mismo.
Son tiempos inciertos, complejos y cambiantes, lo que hace
necesario el cultivo de lo sutil, el retorno a la fuente
originaria del conocimiento. La progresiva racionalización
que ha tenido la acción humana y de las organizaciones
ha hecho paradójicamente al ser humano mucho mas
vulnerable e irracional. La teoría U nos propone
una nueva síntesis de la comprensión de la
acción humana y la forma de conocer y hacer. Este
es un modelo de aprendizaje abierto a la innovación,
a lo nuevo, y se hace reconociendo y reconciliándose,
a través de la criticidad, con el pasado, con lo
existente. Es un movimiento dialógico de progreso
y retroceso, de racionalidad y mística, de prosa
y poesía, forcejeo innovador y nueva síntesis.
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