Si hacen el ejercicio de ojear cualquier diario español, descubrirán que la palabra que aparece con mayor frecuencia es DESEMPLEO. El drama de perder el puesto de trabajo o la imposibilidad de poder acceder a un empleo es la principal pesadilla que puede sufrir un adulto en la sociedad actual. Los índices de paro, en el caso de España, son terroríficos y tienen a la población sumida en un estado de ánimo casi depresivo. Quienes tienen trabajo, viven atenazados por el miedo a perderlo. Y quienes no lo tienen, padecen la ansiedad y el stress de obtener una fuente estable de ingresos a como de lugar. Desde que se desató la crisis hace 3 años y medio, en todas las tribunas se opina sin cesar de este drama sin que por el momento aparezca la luz al final del túnel. A nadie le debería sorprender reconocer la relación directa que existe entre la gestión del
conocimiento
y el desempleo.
Por lo general, suelen ser 2 las situaciones por las que alguien se encuentra sin trabajo (descartando a aquellos que no quieren trabajar y se lo pueden permitir):
1. Pérdida del trabajo: Tenías un trabajo estable pero en un momento dado, eres despedido o lo que es lo mismo, llegada la ocasión, no te renuevan el contrato.
2. Dificultad para acceder al primer empleo: Finalizado tú extenso y oneroso periodo de educación universitaria (con magister incluido, por supuesto), deseas acceder a tu primer empleo pero, por más que lo intentas, no consigues ninguna oferta ni menos aun un contrato.
¿Qué papel juega el conocimiento respecto de estas 2 situaciones?
1. Pérdida del trabajo:
La primera pregunta que hay que hacerse es ¿Por qué una organización decide despedir a alguien a quien en su momento hizo una oferta proponiéndole su incorporación? ¿Se estarán volviendo esquizofrénicas las empresas? Dejando de lado los casos indiscutibles (desempeño deficiente, comisión de un delito, etc.) lo que tenemos es un problema matemático: cuando el coste de una persona es mayor que lo que la empresa obtiene por su trabajo, la ecuación no es sostenible en el tiempo y quien sufre las consecuencias es el empleado. Y dado que durante el tiempo que la persona prestó sus servicios a la empresa, esa ecuación era equilibrada ¿Qué es lo que ha podido pasar para que el signo de esa ecuación haya cambiado? ¿Y por qué hay otras personas que mantienen el empleo? ¿Cuáles son los criterios que se tienen en cuenta para decidir quien continúa y quien abandona una empresa?
Mi conclusión no resultará agradable para muchos: si te despiden es porque no has sido capaz de gestionar adecuadamente tu conocimiento. Es evidente que resulta más sencillo culpar del despido a la avaricia de los empresarios, a la mala gestión de los directivos o a la incompetencia de los políticos y no tengo duda que en muchas circunstancias, dichas variables juegan un rol muy destacado. Pero creo que nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos si echamos balones fuera y no hacemos un ejercicio de autorresponsabilidad.
Es obvio que si una empresa te contrató tiempo atrás, no fue por caridad sino por el hecho de que entendió que eras capaz de hacer cosas que resultaban un aporte para los productos o servicios que ofrecía a sus clientes. Es decir, reconocía que tenías un conocimiento valioso y le interesaba “alquilártelo” en unas condiciones determinadas para incorporarlo en algún proceso dentro de su cadena de valor. Y cuando te despide, ¿Qué es lo que cambió? Simplemente que el conocimiento que inicialmente tenías y que es la razón por la que te contrataron, perdió vigencia, se fue depreciando hasta resultar innecesario. Para una empresa, todo el que no suma, resta. Hay 2 elementos que van de la mano y que explican este proceso de caducidad del conocimiento: el tiempo y el cambio. Sabemos que el tiempo es el máximo innovador y que si hay algo seguro en la vida es que todo cambia, el cambio es la única constante. El futuro no es una proyección lineal del pasado Lo que antes era válido no necesariamente lo será en adelante. La historia está llena de ejemplos que demuestran que no hay garantía alguna que lo que te hizo exitoso e imprescindible en un momento determinado, seguirá siendo igual meses o años después. Esto les ha ocurrido a personas, empresas y países que en un momento dado parecían invencibles, siendo Kodak el último gigante en caer. La lección que debiésemos extraer es que de la misma forma que es fundamental contar con el conocimiento necesario para realizar tu trabajo, de igual manera hay que entender que el conocimiento se va devaluando con el tiempo y por tanto es requisito imprescindible invertir en su renovación, en mantenerlo actualizado o en sustituirlo por otro cuando lleguemos a la conclusión de que dejó de ser útil. Un herrero de la edad media tenía conocimiento valioso cuando sus clientes le solicitaban fabricar espadas o herrar caballos (principal medio de transporte de la época) pero en el 2012 tendría pocas opciones. Si miramos nuestra trayectoria laboral, es fácil darnos cuenta de que hoy estamos haciendo tareas distintas que 10 años atrás y que requieren un conocimiento del que no disponíamos en ese entonces. Al mismo tiempo, mucho del conocimiento que manejábamos hace tan solo una década no tiene apenas utilidad actualmente. Si aceptamos esta realidad, entonces podemos prever que de cara al futuro, nos espera la misma dinámica solo que más acelerada. ¿Quién no ha escuchado decir que el 80% del conocimiento que utilizamos en el trabajo estará obsoleto en 5 años?
Todo esto significa que es responsabilidad de cada uno mantener actualizado su propio conocimiento, deshacerse del que ya no sirve y estar atento a incorporar el que pueda ofrecerte oportunidades futuras. Si dejas de nadar, te hundes. La pregunta entonces es: ¿Qué debería haber aprendido que si hoy lo supiera tendría asegurado un trabajo? Responder esa interrogante es esencial con independencia de que estemos inmersos en un modelo económico irracional (obsesionado con los resultados económicos y los beneficios, la competencia y el consumo) o de si la empresa en que trabajas te da oportunidades para aprender y desarrollarte. Tu situación laboral, tanto por cuenta propia como ajena, siempre va a depender del conocimiento que tengas. Si atesoras un conocimiento que el mundo reconoce como deseable (como el que tiene Messi a sus 24 años) tu presente está asegurado mientras ese
conocimiento
esté vigente. Mucha gente cree firmemente que una persona de 50 años que pierde el trabajo tiene casi imposible su reinserción en el mundo profesional. Esto equivaldría a asumir que alcanzada la madurez, el hombre ya no puede aprender, está condenado a no poder crear nuevo conocimiento ni reinventarse lo que es una falacia ridícula y sin base alguna. Desde luego, el esfuerzo que se requiere no es menor pero si algo caracteriza al cerebro es su plasticidad y los seres humanos son capaces de seguir aprendiendo hasta que mueren, tan solo hace falta motivación. La pregunta es: ¿Cuántas personas conoces, independientemente de su edad, que tengan planeado lo que quieren y van a aprender el próximo año?
2. Dificultad de acceso al primer empleo:
“Estoy seguro que la razón por la que surgen tantos idiotas de nuestras escuelas es porque no tienen ningún tipo de contacto con nada útil para la vida diaria. Petronio 66 A.C”. En este caso la problemática es si cabe más sangrante y la responsabilidad recae plenamente en el sistema educativo que no ha progresado nada en los últimos siglos y que insiste en que los jóvenes “sepan” mientras las organizaciones (ya sean empresas, organismos públicos, ONGs o instituciones educativas) insisten en que “hagan”.
Todos los jóvenes salen de la universidad con la esperanza de incorporarse al mercado laboral y con la perspectiva de sustentarse por si mismos y lograr la ansiada independencia (a pesar de los mezquinos sueldos que perciben). La principal razón por la que estudiamos una carrera es precisamente para que dicho esfuerzo nos prepare para acceder de forma lo más natural posible a un puesto de trabajo donde podamos aplicar lo aprendido. ¿Entonces, porque el desempleo entre los jóvenes en España es del 50%? ¿Es que estamos ante la cosecha de jóvenes más tontos de la historia? Más bien al revés, estamos ante una generación de jóvenes sobrecalificada, la que ha dedicado más tiempo (ojo, y más dinero) que cualquier otra a estudiar y acumular títulos. ¿Por qué entonces una empresa no querría contratar a un joven con un
curriculum
intachable, motivado y lleno de energía, deseoso de demostrar que merece cada moneda que la empresa invierte en él, ansioso por aprender y por fin trabajar en la que es su vocación desde hace tiempo y que además le cuesta muy poco dinero? La razón es muy sencilla: Nuestros jóvenes apenas tienen conocimiento que resulte útil a una empresa. Es muy poco lo que saben hacer. A pesar de los muchos años gastados en estudiar en un aula, cuando aterrizan en su primer empleo, la empresa que los contrata sabe que prácticamente tiene que invertir 1 año para enseñarles lo necesario para empezar a justificar el sueldo que les paga. En definitiva, los jóvenes carecen del tesoro más apreciado por las empresas: Experiencia, que no es otra cosa que el conocimiento para tomar buenas decisiones y que se adquiere mediante la práctica, casi siempre a partir de haber
tomado
malas decisiones con anterioridad y haberlas corregido. Claro que el principal argumento para refutar esta frustrante situación es que un joven, por definición, carece de experiencia… Es incuestionable que hemos traicionado gravemente la promesa que les hemos hecho a nuestros jóvenes. Les hemos bombardeado reiteradamente con la quimera de que “cuanta más educación, mayor prosperidad” pero hoy les ofrecemos una educación que no soluciona su principal objetivo mínimo que no es otro que garantizarles un modo de ganarse la vida.
¿Hay algo que podamos hacer para ayudar a que nuestros jóvenes acumulen conocimiento útil durante su largo tránsito (14 años) por el sistema educativo? Por supuesto, basta con echar un vistazo a la historia.
Nuestros antepasados, que carecían de formación en pedagogía pero que desbordaban sentido común, diseñaron un modelo de aprendizaje natural en el que los niños simplemente practicaban las mismas tareas y por tanto desarrollaban las mismas habilidades que iban a requerir cuando se hiciesen adultos. Para llegar a ser un buen rastreador, cazador, médico o cosechador, el niño tenía que haber dedicado mucho tiempo a rastrear, cazar, curar o cosechar durante su crecimiento y siempre bajo la supervisión de un adulto que le corregía y le ayudaba a progresar. Cuando se producía la transición al mundo adulto, el joven estaba perfectamente preparado y seguro de poder ejecutar las tareas requeridas porque contaba con la experiencia de haberlas realizado en innumerables ocasiones con anterioridad. Los niños de hoy apenas tienen experiencia en las tareas que
tendrán
que ejecutar cuando se incorporen al entorno laboral ya que durante largos años, no hacen mucho más que ir al colegio y a la universidad, estudiar y relacionarse con sus semejantes. Si partimos de la base de que la experiencia configura al cerebro, la oportunidad que tienen nuestros jóvenes de acceder a experiencias útiles y enriquecedoras es prácticamente nula. Y por lo tanto, lo que hay que hacer para que adquieran conocimientos útiles para su ingreso al mundo laboral es llevar a cabo una revisión crítica y en profundidad de los curriculums (qué estamos enseñando y cómo lo estamos enseñando) y adaptarlos para que se parezcan lo más posible al mundo que les recibirá. Esto obliga, entre otras cosas a modificar la relación entre la universidad y la empresa, a
rediseñar
las carreras en base a proyectos en lugar de asignaturas y a incorporar a profesionales del universo corporativo dentro de los cuerpos de profesores. Es imperativo, por tanto, reconocer que en la mayor parte de los casos, seguimos enseñando a “herrar caballos” y además, lo hacemos de forma teórica (explicando a los alumnos cómo se hace) y sin darles ninguna oportunidad de practicar. La educación sigue insistiendo en enseñarte qué pensar en lugar de enseñarte cómo pensar y la diferencia, como comprobamos al enfrentar los desafíos cotidianos, es sideral.
El conocimiento no es algo que tienes sino algo que haces. Por eso en el mundo laboral no hablamos de saber sino de saber hacer, no importa lo que sabes sino lo que haces con lo que sabes. Hay que reconocer que el idioma castellano no es muy preciso cuando se refiere al término “saber” ya que la definición engloba ambas acepciones y no distingue lo que sabes teóricamente de lo que eres capaz de aplicar. Pero en una empresa, a nadie le pagan su sueldo por lo que sabe ni le hacen un examen a fin de mes sobre lo que sabe o lo que aprendió. A todos nos pagan por lo que hacemos y por hacerlo bien.
Cualquiera que haya visto la película Forrest Gump, recordará una de las frases favoritas de su protagonista: “Mamá siempre decía que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”. Podemos aplicar una metáfora similar intercambiando los bombones por cubos de rubik. Nuestra trayectoria laboral no deja de ser una sucesión de cubos de rubik cada vez más complejos y que debemos ir enfrentando paulatinamente. El cubo de rubik solo representa un problema mientras careces del conocimiento para resolverlo. Sin embargo, para quien conoce el método, no supone más que una tarea que únicamente le demanda un poco de tiempo para solucionarlo. Una vez adquieres dicho conocimiento, el cubo deja de convertirse en un obstáculo y puedes avanzar hasta que otro cubo rubik distinto y
más
sofisticado (una petición inédita de un cliente, un proyecto desafiante, un competidor, un cambio legal, una crisis…) se interpone en tu camino obligándote a tener que aprender cómo resolverlo y así sucesivamente.
En otras ocasiones he insistido en que podemos considerar a una persona inteligente cuando saca partido de lo que sabe e incorpora lo que no sabe. La innovación empieza por uno mismo. No puedes vivir del pasado. Si no innovas en tu conocimiento, si te conformas con lo que sabes, rápidamente te estancas, silenciosamente te empiezas a depreciar hasta que caducas. Por eso es importante invertir tiempo y esfuerzo en aprender, en crear y generar nuevo conocimiento antes de que el tuyo ya no valga nada. Cualquier país angustiado por el desempleo no tiene otro remedio que reformar radicalmente la educación y apoyar inequivocamente a sus ciudadanos a renovar sus conocimientos de manera constante. Es importante reaccionar antes de que sea demasiado tarde. No hay nada mas potente que una idea y la maquina que produce ideas es el cerebro. Por suerte, todos tenemos uno.
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